CAPÍTULO 3

180 18 6
                                    

La universidad se veía como el destino soñado, aun contando con la ausencia de Peter.

Habían pasado ya tres meses desde que finalmente me habían aceptado en Tampa, donde marcharía en solo tres semanas para estudiar finanzas.

Ya tenía asignada mi habitación en el campus y era excitante pensar en por fin dejar de vivir bajo el techo de mis padres teniendo que compartir el baño con mis dos hermanas adolescentes.

Las chicas adolescentes eran una especie de la que se debería poder prescindir, salvo que fuesen tu novia y te las pudieras tirar.

Layla y Lydia acababan de cumplir quince años y lograr llegar a tiempo al trabajo por las mañanas era una odisea, al tener que esperar que dejaran libre el baño, después de que ambas se ducharan, peinaran y llenaran de potingues y maquillajes.

Yo había conseguido un puesto de becario por el verano en la empresa que trabajaba mi padre por lo que me era obligatorio madrugar.

Por otra parte no me iba a la cama antes de las dos de la madrugada ya que Becky y yo pasábamos juntos todo el tiempo que podíamos, previendo que solo me quedaban unas pocas semanas en la ciudad.

No solía levantarme de buen humor y tener que lidiar con mis hermanas tan temprano a la mañana sacaba lo peor de mí.

Ese viernes al salir de la oficina, cansado de haber pasado el día haciendo fotocopias y recados, fui directo a casa de Peter.

Pete trabajaba con su padre en el concesionario de aquel y los viernes solía llegar temprano a la casa, ya que se veía obligado a trabajar los sábados.

Peter intentaba que Gala comiera su cena en cuanto entré a la casa.

—Hola, chicos —saludé al entrar.

Gala se volteó hacia mí sentada en su silla de comer y estiró sus brazos para que la rescatara.

—Hola, ratoncito sin cola —la saludé cumpliendo sus deseos y la saqué de su encierro.

—Ethan, la niña tiene que cenar —se quejó mi amigo frustrado. —Sandra va a matarme si no soy capaz de lograr que coma.

Riendo por la desolación de Peter me senté junto a él y le quité el plato.

—A cenar, preciosa —le dije a la niña antes de llenar una cuchara y acercarla a sus labios.

Galadriel acabó con su plato de verduras sin siquiera rechistar ante la mirada indignada de su padre.

—Se te dan demasiado bien los niños —dijo Peter con desazón —Deberías tener hijos.

Riendo hice pedorretas en el cuello suave de mi pequeña.

Amaba a esa niña, más de lo que podía imaginar. Pero aun así sabía que no deseaba en lo absoluto ser padre en, al menos, los próximos quince años, y así se lo hice saber a mi amigo.

—Jaja, la boca se te haga a un lado —espeté —No pienso ser padre por lo menos hasta dentro de diez o quince años. Disfrutaré siendo el tío de tu hija.

—Quince años es mucho tiempo. ¿Crees que Becky estará dispuesta a esperar tanto?

—Becky y yo no tendremos hijos juntos. Lo nuestro no durará tanto.

—¿Tiene fecha de caducidad?

—Sabes que sí.

—No, no lo sé —discutió Peter mostrándose obtuso.

Era infalible, bastaba que un tipo se casara y tuviera hijos para que buscara que todos a su alrededor hicieran lo mismo.

Era inevitable. No querían ser los únicos en vivir ese martirio y por ello intentaban enredar a todos sus amigos en esa misma telaraña. Pero los tipos listos como yo sabíamos que después que te pegabas a ese entramado, era imposible salir de allí.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora