CAPÍTULO 8

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Los años pasaban y mi vida con Julia era tranquila y más que satisfactoria.

En ese tiempo ambos habíamos crecido y madurado. Nuestra vida en pareja tenía desde luego altibajos, pero nos amábamos y así íbamos superando las dificultades.

Tal vez la forma en la que habíamos comenzado nuestra relación no hubiera sido del todo acertada pero a medida que había ido pasando el tiempo nuestros sentimientos se habían vuelto más fuertes, más reales y había aprendido a amarla con su tranquila forma de ser.

Julia era una chica sencilla y sin complicaciones.

Le gustaba que pasáramos tiempo juntos, le gustaba que nos fuéramos de vacaciones sin más equipaje que una mochila. Le gustaba que nos quedáramos los domingos retozando en la cama hasta el mediodía.

Y adoraba pasar el fin de semana encerrados en casa sin más obligación que hacer el amor en cualquier lugar y en cualquier momento.

Era lo que cualquier hombre desearía en una mujer, y yo no era la excepción.

Como siempre me recordaba Peter tenía que aprovechar esta situación antes de que llegaran los niños y el sexo se viera obligatoriamente recluido a la habitación y la oscuridad de la noche.

Yo sabía que Peter tenía razón y no perdía oportunidad de complacerme y complacer a mi mujer.

Por otra parte cada vez que el tema de los hijos había sido traído a colación, Julia insistía en que disfrutáramos de nuestros sobrinos que nos daban la oportunidad de tener todo lo bueno de ser padres sin tener que cargar con las responsabilidades.

Y si había algo que parecía que tendríamos en abundancia eran sobrinos.

Además de contar a Gala, quien siempre había sido para mí mi primera y preferida sobrina, mis hermanas ambas ya casadas no negaban su intención de tener hijos pronto y darme sobrinos. Y desde luego que también estaba Lawrence, el hermano de Julia, que había embarazado por tercera vez a Rebecca, por lo que pronto sumaríamos un retoño más a nuestra colección de sobrinos para malcriar.

No obstante lo mucho que yo disfrutara de mis sobrinos, a mis treinta ya estaba preparado para ser padre.

Aunque cada vez que tocaba el tema con Julia, ella se mostraba evasiva y titubeante.

Mi trabajo como analista financiero en Northern Woods cada vez tenía más responsabilidades lo que me llevaba a tener cada vez mejores salarios que me permitían tener un buen respaldo para mantener una familia.

Julia tenía su plaza fija en el instituto de Monterrey lo que nos convertía en una pareja más que solvente para mantener y educar un hijo.

Aunque de cualquier forma, Julia siempre se mostraba esquiva.

Finalmente el nuevo niño de Rebecca y Lawrence nació una mañana a comienzos del verano.

Rebecca y Lawrence llevaban ya seis años de matrimonio, los mismos que Julia y yo llevábamos conviviendo.

Ese día Rebecca había dado a luz a su tercer hijo y yo estaba comenzando a sentirme un poco envidioso.

Era feliz con mi vida y estaba completamente satisfecho con mi pareja y la relación que teníamos pero pasaba de los treinta y no podía negar que cada vez que había un nuevo nacimiento en la familia, los colegas o los amigos yo solo podía pensar en lo preparado que me sentía para tener hijos. Pero Julia siempre seguía mostrándose reacia a hablar del tema.

—Es increíble que tengan ya su tercer hijo —comentó Julia cuando detuve el coche en la entrada de nuestra casa a la vuelta del hospital —Nunca pensé que mi hermano tuviese tanto instinto paternal.

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