CAPÍTULO 26

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Gala se apretó contra mí y enredó sus piernas en mi cintura sin dejar de besarme.

Sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo caminé con ella hasta la habitación. La acosté sobre la cama y me tumbé sobre ella sin dejar de besarla.

Nos convertimos en un lío de brazos, piernas y manos que se deshacían de la ropa que se interponía entre la necesidad de nuestros cuerpos desnudos.

Galadriel sin ropa era más hermosa de lo que hubiera podido imaginar, si algún día me hubiera atrevido a imaginar a esa chica desnuda. Su piel era clara, suave y lisa como tibia porcelana y olía a exquisita vainilla.

Nuestras bocas no sabían separarse, nuestras manos no dejaban de acariciar y nuestros cuerpos no podían parar de retorcerse. No había palabras, solo gemidos y jadeos pero nuestros cuerpos expresaban claramente lo que sentíamos, pensábamos y deseábamos.

Mi mano bajó al pecho de Gala para acariciarlo y estrujarlo endureciendo el pezón sonrosado que me llamaba como un imán. Alejando mi boca de la suya me dirigí a su pecho para hundirlo en mi boca y degustarlo como el exquisito manjar que era.

Gala se retorcía jadeante ante mi asedio. Sus dedos se enredaron en mis cabellos obligándome a mantener mi asalto a sus pechos. Pero yo tenía otros planes. Mi lengua ansiaba hundirse entre los pliegues de su sexo codiciosa de probar el exquisito sabor que imaginaba se escondía allí.

Alejándome de su pecho bajé mi boca por su cuerpo hasta alcanzar el exquisito vértice entre sus muslos que escondía el más delicioso elixir que hubiese existido jamás. Gala dio un respingo cuando hundí mi lengua entre sus pliegues pero después de un jadeo sorprendido se rindió a las sensaciones que le producía mi asedio. La lamí, chupé y succioné los labios de su sexo enloqueciéndola tanto como yo mismo lo estaba haciendo.

Decidido a no darle tregua colgué sus piernas de mis hombros mientras mis dedos separaban sus pliegues para enseñarme su sexo y el inflamado botón de nervios que lo coronaba. Lo hundí en mi boca para escuchar los gemidos desesperados de quien se había convertido rápidamente en mi mujer.

Gala era hermosa, siempre lo había sido, pero el rostro sonrosado de Gala y su respiración jadeante después de un orgasmo era algo indescriptible.

No podía dejar de observarla arrebolada cuando por fin abrió sus ojos brillantes y sonrió.

—Ven aquí —tiró de mí para dejarme acostado sobre su cuerpo —Hazme el amor, Ethan —ordenó y no me sentí tentado a desobedecerla.

—Esto es una locura pero no puedo evitarlo, Gala —confesé hundiendo mi miembro hambriento en lo más profundo de su cuerpo.

Ése era mi hogar. Mi lugar. El único sitio en el que debía estar y dónde quería pertenecer.

Su sexo se amoldaba al mío como un guante. Encajábamos a la perfección, como si nuestros cuerpos hubiesen sido diseñados para formar uno solo desde el principio, y por momentos yo creía que así había sido.

Cómo el amor paternal o fraternal que siempre había sentido por esa chica se había transformado en este descarnado amor pasional que me invadía era para mí un misterio, pero un misterio que no me importaba ignorar.

La adoraba y la deseaba de una forma que nunca había sentido por ninguna de las mujeres con las que había compartido parte de mi vida hasta entonces. Y, aunque tenerla era lo más difícil que me había propuesto nunca, estaba decidido a hacerlo.

No sé cuántas veces nos amamos en esa primera noche, pero ésa fue la primera noche en mucho tiempo que dormí sintiéndome rodeado de paz.

Cuando desperté, Gala dormía entre mis brazos.

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