CAPÍTULO 33

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No fue posible convencer a Gala para que se sincerase con sus padres respecto a Gerard Du Lac. Insistí e insistí hasta que me vi obligado a desistir.

Era su secreto y tenía derecho a decidir cuándo quería desvelarlo si es que en algún momento decidía hacerlo finalmente.

De cualquier forma, desconfiada, me hizo prometer expresamente que nunca le explicaría a Peter lo que había vivido en París y lo prometí a cambio de que ella me prometiera que en algún momento, cuando estuviese preparada, le confiaría a sus padres la verdad sobre lo que había sucedido.

Los días pasaron sin noticias de Gerard y lentamente nos volvimos a sumir en la calma y nuestros problemas volvieron a ser triviales.

Las últimas semanas volvimos a intentar lidiar con la negativa de Peter de aceptar nuestra relación y con ello poder fijar definitivamente la fecha para nuestra boda.

Y, seis meses después de haber comenzado una relación de pareja con Gala, ambos realmente nos estábamos hartando de la ridícula intransigencia de Peter.

Fue entonces que Manuel Duprée me llamó con las peores noticias posibles.

Gerard Du Lac había abandonado París pero nadie sabía cuál había sido su destino. Aunque la policía de Nueva York me asegurara que se encargarían de contactarnos si entraba al país, yo no acababa de creerme que les pareciera realmente importante.

Volví a casa preocupado intentando encontrar la mejor forma de explicarle a Gala las novedades pero me sorprendió encontrarme el departamento a oscuras en cuanto entré.

Yo no había salido tarde de la oficina ese día debido a mi temprana visita a la policía, pero de cualquier forma había imaginado que Gala ya estaría en casa.

Pensando en sorprender a mi prometida con una cena romántica que ayudara a relajarla de la tensión que sabía le provocarían mis novedades me encaminé a la habitación para cambiarme antes de sumergirme en la cocina y preparar la cena.

Me sorprendí aún más al entrar en la habitación. En la cama, acurrucada bajo las mantas Gala dormía.

Se despertó en cuanto encendí las luces y me maldije por perturbar su sueño.

—¿Ethan? —dijo con voz somnolienta.

—Perdona, cariño —dije apagando las luces —No sabía que dormías. Sigue durmiendo —susurré.

—¿Qué haces en casa? ¿Qué hora es?

—Es temprano, ratoncito. Son apenas las cuatro. Descansa.

—No pensé que llegarías tan pronto —exclamó sentándose en la cama a la vez que encendía las luces —Lo siento, no te esperaba tan pronto —se disculpó a la vez que levantaba las mantas preparándose para salir de la cama.

—Shh. No te preocupes, cielo.

—¿Por qué has venido tan temprano? —preguntó y suspirando me senté en la cama junto a ella.

—Tenemos que hablar, Gala —dije y la vi envararse nerviosa.

—¿Qué sucede?

—Manuel Duprée me llamó hoy —le informé y la vi palidecer preocupada.

—¿Qué quería? —musitó y su voz débil como un gemido me enfadó.

Me enfadó ver a mi mujer sufrir y preocuparse tan solo por escuchar el nombre de su abogado francés e imaginar las posibles razones por las que el hombre podía haberme llamado.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora