CAPÍTULO 12

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La muerte de Marion fue un duro golpe para nuestra familia.

Por momentos parecía que Steve no lo superaría. Sus hijos intentábamos pasar con él todo el tiempo posible, aunque no era fácil.

Layla, con su matrimonio de menos de un año y un bebé de tres meses no encontraba mucho tiempo para pasar con Steve aunque lo intentaba y siempre encontrara un pequeño hueco.

Lydia, madre de un pequeño de dos años habría sido una mejor compañía si no hubiese estado viviendo con su marido en Santa Cruz, a una hora de Monterrey.

Y por último estaba yo. Mi nuevo puesto en la empresa me demandaba muchas horas de trabajo y varias salidas fuera del estado, reduciendo drásticamente mi tiempo libre.

Por otra parte mi relación con Julia parecía haber tomado una nueva dirección y yo intentaba dedicarle todo el tiempo posible con la intención de recuperar lo que los últimos meses parecíamos haber perdido.

Fue de gran ayuda que Peter le permitiera a Gala pasar tiempo con mi padre. Gala, al igual que para Marion, había sido para Steve su primera nieta y la adoraba tanto como la niña le adoraba a él. Ella se había preocupado por Steve y su soledad y le había suplicado a su padre que le permitiese para tiempo con mi padre y Peter se lo había dado. Era así como cada tarde la niña pasaba un par de horas en la casa de mi familia haciéndole compañía a mi padre.

Fue una de esas tardes cuando Julia y Gala por fin se reconciliaron.

No habían vuelto a hablarse más que lo estrictamente necesario desde aquella tarde de casi tres meses atrás cuando Julia había delatado a Gala frente a sus padres y ésta le había declarado abiertamente la guerra.

Estaba yo sentado en el sofá del salón estudiando unos contratos cuando Julia entro una hora más tarde de lo que era habitual. Sin mediar palabra se sentó a horcajadas en mi regazo sorprendiéndome antes de bajar su boca sobre la mía de forma ansiosa y desesperada.

Separó su boca de la mía solo para quitarse su camiseta y librarse de su sujetador.

—¿Julia? —pregunté extrañado por su actitud.

La Julia que hacía ese tipo de cosas había desaparecido de nuestra pareja hacía ya años y yo pensaba que nunca volvería.

—Hazme el amor, Ethan —ordenó sorprendiéndome aún más pero sin que yo lograra encontrar verdaderos motivos para quejarme.

—¿Aquí y ahora? —inquirí.

—Sí —Sonrió lasciva —Estoy segura de que recordarás cómo se hace —me retó y completamente excitado me lancé sobre ella.

Sobé sus pechos desnudos para meterlos en mi boca y chuparlos y succionarlos endureciéndolos. Con movimientos febriles nos desnudé a ambos y cuando recuperé la consciencia me encontraba clavado en su interior bombeando contra ella mientras mis dedos atormentaban su clítoris. No recuerdo en qué momento nos detuvimos ni cuántos orgasmos habíamos alcanzado para entonces, pero era entrada la noche cuando por fin la levanté de la alfombra para llevarla a nuestra cama.

—Te he echado muchísimo de menos —murmuró acostada sobre mi pecho después de una última ronda.

—Y yo a ti, mi amor —reconocí —Pensé que ya nunca recuperaríamos lo que tuvimos.

—Lo siento, Ethan —se disculpó —Últimamente me he portado como una perra contigo y no te lo mereces.

—Yo tampoco he sido muy amable contigo, Julia, pero te quiero y no quiero perder esto que tenemos. No logro comprender qué es lo que nos pasó. En qué momento dejamos de sentirnos como lo hacíamos.

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