CAPÍTULO 21

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Mi hijo Milo nació el dieciséis de septiembre, tres semanas antes de su fecha prevista.

Milo era mucho más que cualquier cosa con la que hubiera podido soñar.

Era la copia exacta de Brittany, algo que yo agradecía profundamente, ya que ello lo convertía en un bebé precioso.

Tenía los enormes ojos marrones y el cabello liso y renegrido. Una naricita respingona y unos pequeños pulmones que sabían hacerse oír.

Tenerlo en mis brazos por primera vez fue sublime y la emoción nos embargó en ese momento tanto que ninguno de nosotros pudimos evitar las lágrimas.

Después de un par de días en el hospital volvimos a casa y toda nuestra vida dio un increíble vuelco.

Los padres de Britt se quedaron con nosotros los primeros diez días de vida de Milo y, aunque yo valoraba y agradecía enormemente la ayuda de mis suegros, no veía el momento de estar por fin solo con mi mujer y mi hijo.

Cuando por fin estuvimos solos la situación no fue como yo esperaba.

Brittany seguía taciturna y callada y, aunque se ocupaba de Milo y sus necesidades, había momentos en los que no parecía sentirse tan dichosa como una madre debería estarlo.

Cuando hablé con mis hermanas sobre esta preocupación, ambas me aconsejaron buscar ayuda con un terapeuta ya que era posible que Britt sufriera algún tipo de depresión postparto de lo más común, pero cuando se lo sugerí, ella se negó y a partir de entonces intentó prestar más atención al niño.

Yo volví al trabajo cuando Milo cumplió su primer mes de vida. Britt esperó a que llegara el segundo mes.

Fue entonces, ya acabada pasada la cuarentena, cuando intenté volver a mantener relaciones íntimas con mi mujer, que la situación entre nosotros comenzó a desmoronarse.

Esa noche, después de dejar a Milo en su cama, Brittany vino a nuestra cama donde yo la esperaba.

—¿Se ha dormido? —pregunté mientras ella se desvestía para colarse bajo las sábanas.

—Sí —dijo por fin recostándose sobre el colchón —He pensado que voy a dejar de amamantarle. Mañana pasaré por la farmacia a buscar una leche adecuada a su edad.

—¿Por qué? ¿Crees que no queda satisfecho con tu leche?

—Sí, pero necesito que mis pechos dejen de estar todo el día perdiendo líquidos. No quiero tener que estar preocupada por ello en la oficina. Y necesito que vuelvan a su tamaño normal para no sentirme como una vaca deforme —explicó haciéndome sonreír comprensivo.

—Tus pechos son deliciosos —dije acercándome a ella y llevando mi mano a su pecho inflamado —Y estás muy lejos de parecer una vaca —ronroneé mientras comenzaba a sobarla bajando mis labios a su cuello —Me excitas sobremanera.

Brittany tomó mi mano con la suya para detenerla y la alejó de su pecho mirándome asqueada.

—Tú no necesitas nada para excitarte sobremanera —dijo desdeñosa —Vives tu vida intentando follarme porque soy lo que tienes más cerca —gruñó enfadada y no pude comprender su malhumor pero sus palabras me hirieron y humillaron.

—¿Por qué dices algo así?

—Porque es la verdad. A ti te daría igual follarte a una vaca o a un cerdo siempre y cuando puedas meter tu polla en un agujero.

—¿Qué coño te pasa, Brittany? ¿Por qué me hablas así?

—Porque estoy harta de esto —dijo sentándose en la cama antes de abandonarla para deambular por la habitación exaltada.

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