PRÓLOGO

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Extrañado por el tono apático de la voz de Peter, conduje hasta el mirador del Lovers Point Park.

Aparqué junto al coche azul y caminé con una caja de seis botellines de cerveza hasta mi amigo que estaba sentado casi sobre el borde del acantilado recostado contra una roca.

Tres latas de cerveza vacías estaban en el suelo junto a él y no parecía impelido a dejar de lado las tres restantes.

La cajetilla de Marlboro ya estaba por la mitad.

No era difícil deducir que algo no iba bien.

—Ei, hermano, ¿qué haces aquí? Si sigues bebiendo a este ritmo cuando llegue la hora de la fiesta en casa de Marco no podrás sostenerte en pie —dije sentándome a su lado antes de abrir una de sus latas.

—Vete a la mierda, Ethan —gruñó como toda explicación.

—Venga, dime qué pasa. ¿Peleaste con Sandra?

La mirada de Peter se volvió turbia e imaginé que realmente Sandra tenía algo que ver en su estado de ánimo.

Sandra Roberts. La chica más hermosa del instituto. Sandra solo tenía quince y estaba en un curso menos que nosotros, pero todos los tipos del pueblo entre diez y cuarenta años estarían dispuestos a donar un riñón solo por poder acostarse aunque fuera una sola vez con Sandra Roberts.

Sandra había llegado a Monterrey desde San Francisco dos años antes y rápidamente se había convertido en la chica a la que todas las chicas querían parecerse y todos los chicos querían tirarse. Ni Peter ni yo habíamos sido la excepción, pero desde el primer momento había estado más que claro que la chica se había encandilado por Peter.

Era lo esperable, desde luego. Peter era el prototipo de chico guapo y hasta yo sabía reconocerlo. Más de una vez alguien le había aconsejado que se presentara para modelo, pero no había nada más lejos de los intereses de Peter.

Aunque siempre actuaba como si fuera uno más, las chicas caían babeando a sus pies cuando él pasaba.

Incluso mis hermanas, Lydia y Layla, dos gemelas insufribles de doce años enloquecían intentando llamar la atención de mi amigo cada vez que venía a nuestra casa.

Peter solía ignorarlas como a la mayoría de las demás chicas, pero nunca le faltaba compañía femenina.

Y yo, como su mejor amigo, y el tipo que estaba siempre junto a él, alguna que otra vez lograba levantar algo de todo eso que Peter dejaba caer.

En nuestro dúo de amigos Peter era el guapo y yo el simpático y eso siempre había funcionado.

Después que las chicas se acercaban a nosotros gracias al atractivo de Peter, alguna se fijaba en mí gracias a mi conversación y mi desparpajo.

Pero todo había cambiado en cuanto Sandra Roberts había cumplido los quince y sus padres le habían dado autorización para asistir a alguna que otra fiesta.

La primera fiesta a la que había ido había sido en casa de su amiga Rebecca Sanders, a comienzos del curso escolar.

Aunque había resultado prácticamente acosada por todos los tipos solteros de la fiesta, nadie había tenido nada que hacer en cuanto Peter se había fijado en ella.

Peter se le había acercado y la había invitado a una copa, sin importar que las bebidas llevaran horas corriendo gratuita y abundantemente por la casa.

Sandra se había ruborizado volviéndose aún más hermosa si cabía y había aceptado.

Peter y ella no habían vuelto a separarse desde entonces y habían llegado a cumplir ya nueve meses de noviazgo.

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