CAPÍTULO 30

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Gala estaba preciosa cuando la recogí esa noche en casa de sus padres. Tenía una reserva en el Carmel Valley Ranch a algo menos de una hora de Monterrey.

Después de que esa tarde ambos reconociéramos cuánto necesitábamos estar juntos y solos no me había demorado en reservar mesa en el restaurante y habitación para pasar la noche y celebrar el sí que esperaba escuchar de labios de mi mujer.

Para evitar malestares innecesarios con mi mejor amigo preferí no llamar a la puerta y le envié a Gala un mensaje cuando aparqué en la entrada de la casa a la que durante décadas había sido más que bienvenido pero donde desde unos pocos días atrás me habían echado con cajas destempladas.

Gala apareció en la puerta con rostro serio y enfadado pero se iluminó con una sonrisa en cuanto me vio.

Era hermosa y yo no acababa de creerme que me hubiera elegido a mí para compartir su vida, pero lo había hecho y yo estaba ansioso por hacerlo legal y oficial.

Bajé del coche acercándome a ella y se recostó contra mi cuerpo para fundir sus labios con los míos.

Su cuerpo cubierto por un vestido de un raro color azul que se ceñía a sus curvas. Sus piernas largas y cremosas sobre unos tacones altísimos que me excitaban sobremanera. Su cabello rubio recogido en lo alto de su cabeza dejando sueltos unos pocos mechones descuidados que la hacían verse más sexy y deliciosa si era posible.

—Te esperaba —murmuró contra mis labios.

—No tanto como yo he esperado por ti —aseguré y supe que no había habido en la historia verdad más cierta que aquella.

Galadriel sonrió separando su boca de la mía y rodeó mi cintura con su brazo para estrecharme contra ella por un momento.

—Gracias por ello —dijo y por fin nos separamos. Abrí la puerta del coche y la cerré después que ella entrara.

Cuando me volteé para dirigirme al otro lado del coche le vi. En el ventanal del salón, con rostro circunspecto y los brazos cruzados sobre el pecho Peter nos observaba con seriedad.

Quedé congelado en mi sitio por un momento observando su reacción. Después de una mirada cargada de ira Peter se volteó dándome la espalda y se perdió en el interior de la casa.

—¿Discutiste con tu padre por nuestra salida? —pregunté en cuanto puse el coche en marcha y me alejé por la calle rumbo a las afueras del pueblo.

El rostro de Gala perdió su sonrisa y su mirada se perdió en la carretera a través del cristal del parabrisas.

—No le importa en absoluto mi felicidad, solo quiere que haga lo que él quiere —refunfuñó.

—No es así, cielo —le discutí —Tu padre solo desea tu felicidad —aseguré —Es solo que no piensa que puedas obtenerla conmigo.

—Eso es una estupidez. Al final los padres siempre nos tratan como a chiquillos solamente porque tienen más edad que nosotros —gruñó enfadada —Él podrá saber muy bien lo que es mantener una relación de pareja estable y exitosa durante veinte años, pero no tiene idea lo que significa que la persona a la que crees amar y que crees que te ama a su vez te maltrate hasta enviarte al hospital matando a tu hijo en el proceso. Él no tiene ni idea lo que yo he perdido por culpa de alguien a quien creía que amaba pero que no estaba dispuesto a amarme y cuidarme. Está loco si piensa que por sus berrinches voy a dejar al hombre que amo por sobre todas las cosas y que sé con certeza que me ama incondicionalmente y que nunca me lastimará —aseguró con vehemencia enloqueciéndome de amor.

Con una mano en el volante estiré mi mano para enredarla con la suya y llevarla a mis labios.

—Ni tu padre ni nadie podrá separarme de ti. Nada evitará que me deje la vida para hacerte feliz, Gala. —prometí con la certeza de estar diciendo toda la verdad.

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