CAPÍTULO 4

206 17 2
                                    

Mi llegada a Tampa fue lo que podía decirse un sueño hecho realidad.

Cuando entré a la habitación que me habían asignado ya estaba allí el chico con quien la compartiría.

Daniel Styles era un chico recién llegado de Los Ángeles que conocía muy bien la ciudad después de haber estado viviendo en Daytona Beach hasta tres años atrás.

Nos caímos muy bien desde el primer momento.

Mi primera noche en Tampa, y ya que las clases no comenzarían oficialmente hasta una semana después, Daniel insistió en salir de copas.

Esa noche se sentaron las bases de lo que acabarían siendo mis años de universidad.

Daniel era un tipo lleno de confianza y seguridad. Además de bastante atractivo para las chicas tenía labia y carisma.

Esa noche Daniel me presentó sus amigos y sus amigas y de allí en más formamos un buen grupo con el que compartir salidas, estudios y lo que hiciera falta.

Con la guía de Daniel dejé de ser el pueblerino que siempre había sido.

Dan arrastró mis huesos al gimnasio por tres días a la semana y mi cuerpo se volvió atlético y musculoso.

Me obligó a ir a la peluquería y un sábado de borrachera acabamos en el salón de tatuajes donde obtuve mi primer tatuaje tribal en el brazo.

Con el correr de las semanas fui ganando confianza hasta llegar al punto en el que las chicas no llegaban a mí atraídas por mi amigo más cercano sino porque yo tenía mi propio atractivo.

Para cuando volví a Monterrey al finalizar mi primer año de universidad había dejado de ser el paleto de pueblo que se tiraba cualquier chica, sabedor de que sus oportunidades eran escasas, para convertirme en un estudiante interesante y atractivo que podía ser un poco selectivo.

Había conocido muchas chicas en esos meses pero no podía ignorar que siempre había un lugarcito en mi corazón para mi primera novia, Rebecca.

Llegué a Monterrey un jueves de junio y para la siguiente noche del sábado mi amigo Peter organizó una barbacoa en su patio trasero.

Llegué temprano y me senté con mi amigo en las tumbonas para ponernos al día, mientras bebíamos el licor de cerezas de Sandra del que tanto había hablado Peter.

—¿Y cómo ha sido tu primer año en Tampa?

—Todo lo que alguna vez habíamos pensado que sería —reconocí —Las clases están bien, pero cuando se acaban las clases está aún mejor.

—¿Mujeres?

—De todo tipo.

—Alguna interesante o especial?

—Muchas interesantes y bastantes especiales por momentos.

—¿Eso qué significa?

—Nada que haya durado mucho tiempo, pero he conocido algunas chicas y lo hemos pasado bien. Ha sido divertido —reconocí —¿Cómo están las cosas por aquí?

—Ya sabes. Nada ha cambiado mucho. Salvo que ha sido el último año de instituto de Rebecca y en septiembre se marcha a la universidad —explicó Peter llamando mi atención —Y no es que Sandra haya dicho nada pero es fácil darse cuenta que se siente decepcionada de no poder ir a la universidad.

—Supongo que tanto como tú te sentiste.

—Sí, pero creo que para mí ha sido diferente. Trabajar con mi viejo en el concesionario me permite crecer profesionalmente bastante más de lo que le permite a Sandra, servir cafés en Cooper's. —explicó —Además, desde luego, que ella pasa mucho más tiempo que yo con Gala y creo que por momentos se siente agotada de que su vida gire por completo alrededor de una niña de dos años. Será aún más difícil cuando Rebecca se marche.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora