CAPÍTULO 5

147 20 5
                                    

Mis años de universidad se acabaron demasiado pronto.

De alguna forma, y no sabía cómo, la universidad me había convertido en un tipo mucho más exitoso de lo que había sido.

Nunca había sido del tipo que hiciera a las mujeres voltearse a mirarme, razón por la cual había tenido que potenciar mis otros encantos, tales como la labia y la simpatía, y hasta que había entrado en la universidad ese había sido el arma esgrimido para conseguir chicas.

Pero en la universidad algo cambió.

Mi compañero de cuarto en la residencia, Daniel, pasaba tres horas al día, los cinco días de la semana, en el gimnasio y él me había instigado a hacer lo mismo.

No lo había hecho. No estaba dispuesto a pasar tantas horas en el gimnasio pero había tomado la costumbre de hacer una hora de ejercicio diario. Corría por las mañanas y tres días a la semana trabajaba musculación en el gimnasio.

Con el tiempo le había dado a mi cuerpo una musculatura interesante y, finalmente había logrado que mi físico atrajera también algún par de chicas.

Mi rutina universitaria consistía en ir a clases por las mañanas, trabajar en la cafetería que había a tres calles del campus por las tardes y por las noches combinar estudio con gimnasio.

Los viernes y sábados siempre había alguna fiesta a la que asistir para los sábados y domingos recuperarme de la resaca.

Las chicas caían en mi cama con regularidad y, aunque no solía conseguir las más guapas o atractivas, no tenía quejas respecto a mi vida sexual.

En esos años volvía a casa por acción de gracias, vacaciones de navidad y las vacaciones de verano.

Durante mi primer año, volver a casa por vacaciones no había sido tan divertido, hasta que ese primer año acabó. Para entonces en cuanto Becky me perdonara nuestra ruptura del año anterior, las vacaciones se volvieron geniales.

Así que a partir de entonces, cada vez que nos reencontrábamos en Monterrey compartíamos semanas de sexo maratónico.

Después de que ella misma viviera su primer año en la universidad, y que ella misma tuviera nuevas experiencias allí, había decidido que no estaría mal tener un compañero sexual para pasar las vacaciones.

Fue entonces cuando finalmente me permitió llegar donde no había llegado antes de la universidad, y fue todo lo que había soñado.

No fui el primero en estar allí, pero tampoco me sentí con derecho a reprochárselo.

Fueron cinco años geniales y para cuando finalmente volví a casa con mi título de Analista Financiero, ya estaba preparado para asentarme en la vida adulta.

Rebecca también había regresado ese verano con su titulación de maestra de primaria y yo había decidido que tal vez estaba preparado para finalmente tener una relación seria.

Ya había cumplido los veinticinco. Una novia formal con vistas a convertirse en esposa en un par de años o tres no sonaba mal.

Y Rebecca podía ser una buena candidata. Ninguno estábamos enamorado del otro pero nos llevábamos bien, nos divertíamos y lo pasábamos bien juntos.

No sería difícil enamorarme de Becky y sabía que con el tiempo podría lograr que ella sintiera por mí algo de lo que había sentido cuando éramos adolescentes.

Con las ideas claras y un objetivo fijado, ya podía comenzar a trabajar en llevarlo adelante.

Llevaba cuatro días de regreso en la ciudad cuando Peter me invitó a una barbacoa en su casa.

RatoncitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora