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Isabela volvió a removerse en la silla, en donde, por cierto, estaba atada, la madrastra está le había propinado varios golpes en su bello y hermoso rostro pero más le dolía eran las costillas ya que la tal Anastasia la había pateado hasta decir basta.

— Entonces— ella interrumpió el silencio llamando la atención de las tres personas que se encontraban a su alrededor. — ¿Me van a matar o me tendrán atada hasta que se les de la gana?— preguntó tratando de sonar aburrida.

— Sabes, te mataría pero necesito que tomes el lugar de Cenicienta, además te pareces mucho a ella— puso los ojos en blanco cuando la señora le tocó el cabello.

— Es teñido— sonrió al ver la expresión de la pelirroja.

— Me refiero fisicamente— soltó un quejido cuando tiró de su cabello.

— Me hago cirugías.

— Dejala— dijo Grizella.

— No te metas, mejor ve a la cocina y prepara algo— le dijo Anastasia.

— Parece que ya tienes a Cenicienta ¿Para que otra?— cerró los ojos ante otro jalón de cabello, le iba a quitar las extensiones.

— ¡No soy Cenicienta!— chilló Grizella.

— Amiga, por lo que dijo tu hermana, lo eres— esta vez ella chilló por un golpe que le dieron en su pómulo derecho.

Respiro profundamente tratando de no llorar, ella no lo hacía frente a los demás, por dichas razones y su lengua, era la reina en el instituto.

— Bien, ya dejé que le hicieran mucho— levantó la mirada para encontrarse a Marcel saliendo de una esquina oscura.

— Mi rey— vio como las mujeres le hacían reverencia y puso los ojos en blanco.

— Déjenme a mi el resto— ella inclinó la cabeza a un lado entendiendo de apoyo lo que pasaba.

— ¡Ya entendí!— exclamó riéndose de ella misma. — Tú, querido Marcel, me ibas a matar antes de que yo llegara aquí por la señal de ayuda, pero resulta ser que era una trampa para matarme igualmente— se rió con más fuerza— Eres estúpido.

— ¿Perdón?— Isabela se rió otra vez.

— No deberías de perdonarte ya que me vas a matar, en todo caso— su ánimo cambio abruptamente— la que debería pedir perdón soy yo, pero sé cómo son estas cosas, nunca me perdonarás y vas a cobrar venganza ¡Adelante! No sé esperas, igual te había dicho que podías hacerlo.

Ni bien terminó su discurso, Marcel estuvo en un cerrar de ojos al frente de ella, agarrándola del cuello y comenzó a hacer presión.

— Me... Gus-...tabas... más... Con... Lentes.. y ti— nisiquiera pudo terminar lo que quería decir, a pasar de los segundos él hacía más presión en su cuello cortándole la respirando.

Apenas escuchaba los lamentos de Grizella, pidiendo que la dejarán en paz y su madre llevándose la a otro lugar para que dejará de fastidiar.

Con un último esfuerzo fijo su mirada en los ojos verdes de Marcel, recordando las cartas que él le había escrito, los tímidos movimientos en el instituto, Marcel había sido el único en demostrar interés por ella, nadie más lo había hecho.

Ya todo se estaba poniendo borroso, no sabía porque pero una lagrima cayó de sus ojos azules.

— Voy a matarte por todo el daño que has hecho maldita perra— ¡Hazlo! Quiso decir pero ya no podía resistir más, ya se había quedado sin oxígeno y cayo en el oscuridad.

— Pero no puedo— susurro Marcel aflojando un poco el agarre. — ¡Por la luna! Te amo tanto como para matarte yo mismo.

Marcel la soltó, espero unos segundos para ver cómo ella trataba de cojer todo el aire que pudiera pero no sucedía.

— ¿Isabela?— susurro tembloroso. — Isabela— le agarró la cara esperando ver sus ojos azules y esa sonrisa de "te la creíste we" pero solo había un rostro muy pálido. — Isabela, venga niña, deja de jugar que me asustas.

Pero seguí sin responder, ya con terror la desató y está cayó como un saco de papas al piso, rápidamente la agarró y la sentó en su regazo.

— Isa, venga, no pude haberte matado— le temblaba demasiado la voz.

— ¡La mataste!— alzó la mirada para encontrarse con Grizella.

— ¡No!

— ¡Dijiste que nadie iba a salir herido! ¡Eres igual que mamá!— Sin más ella salió corriendo a quien sabe dónde.

No, no, no. Él no pudo haber matado a su compañera, abrazo más fuerte a la chica, ya llorando de la desesperación, saco la zapatilla de cristal y la puso en el regazo de Isabela.

— Tienes la zapatilla, despierta porfavor— todavía tenía esperanzas.

Pero nada sucedía, comenzó a llorar más fuerte, un compañero era lo mejor que podía pasarles a las criaturas de la luna o como otros los llamaban, de la oscuridad.

Pasado los minutos, Marcel frunció el ceño al abrazarce el mismo, miró su regazo e Isabela no estaba, no sabía si era bueno a malo, optó por lo primero, ya que debería suponer que ella estaba viva y que estaba llevando la zapatilla a su lugar.

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