Kun sintió que su estómago se sacudía y todo lo que pudo hacer fue sostenerse a sí mismo antes de caer desmayado o vomitar el piso elegantemente decorado con hojas secas. El pesado aroma del combustible y el encierro le impedían respirar con normalidad y no podía comprender que todas esas personas sonrieran y hablaran como si nada estuviera pasando. El encierro lo estaba volviendo loco, casi veía fantasmas en todos los lugares a los que dirigía su mirada, sobre todo si se fijaba en el novio encadenado a las paredes como la atracción principal de ese matrimonio en el infierno, que era más bien una sesión de tortura que le provocaba sentirse incluso más enfermo.
Escuchaba risas y cuchicheos extasiados, todos como buitres sobre la carne fresca de Choi JunHong. No conocía al tipo, pero sentía lástima por él, lo compadecía en su dolor.
La imagen de la sangre y las marcas de los moretones sobre la piel pálida estaban grabadas a fuego en sus retinas, tanto que podría haberlos dibujado incluso con los ojos cerrados. No podía comprender qué parte de todo lo que estaba pasando era la causa de tanta alegría entre los testigos, especialmente en su padre, no podía ver su rostro, pero no necesitaba hacerlo para saber que sonreía al igual que la madre. JunHong, al otro lado de la reja, ni siquiera se quejaba como para que fuera su sufrimiento, solo tensaba y hacía tintinear las cadenas.
A pesar de lo asqueado y enfermo que sentía con toda la situación, no podía dejar de admirar el valor absurdo de Choi JunHong, que lo llevaba a desafiar a su padre tan abierta y temerariamente cuando el hombre ya había demostrado su falta de misericordia.
—Puedes matarme, padre —las palabras se escucharon distorsionadas por la hinchazón de sus labios y las risas que se escucharon en el lugar y Kun sintió el agarre sobre su hombro afianzarse cuando quiso escapar al ver a su padre distraído con su compañera—, pero nunca cambiarás lo que soy, lo que amo.
Si Kun hubiese sentido algo más que mareos y nauseas, habría aplaudido el valor del tipo.
Y si las risas y los aplausos no fueron lo suficiente para desquiciarlo, se forzó a sí mismo a desafiar a su propio padre y correr hacia el exterior cuando vio al señor Choi blandir un látigo y golpear sin piedad la espalda de su hijo.
Había escuchado rumores, los secretos a voces que se compartían en ese grupo selecto de gente acomodada, importante y enferma de la que su padre quería formar parte, pero las leyendas urbanas de la alta sociedad coreana no se comparaban al verdadero horror que se vio obligado a contemplar. Ese era el tipo de secretos que no le permitían dormir por las noches.
Apenas fue capaz de ver el cielo, las arcadas golpearon su pecho y no se detuvieron hasta que las costillas le dolieron y todo lo que expulsó fue bilis.
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Cuando la madrugada llegó y se encontró en la oscuridad de su habitación, las escenas de la tarde comenzaron a atormentarlo sin piedad, por lo que decidió que se obligaría a dormir tan profundamente que los recuerdos no podrían despertarlo, pero no fueron las imágenes de un desconocido Choi JunHong siendo torturado por su propia familia lo que tomó forma en su propia versión de la tierra de Morfeo.
Se vio a sí mismo besando un hombro pálido, que se erizó y sonrojó contra sus labios. Se vio dibujando una línea húmeda de besos ardientes hasta la clavícula que sobresalía, como cada vez que SiCheng reía encogiéndose de hombros. Sus manos pasearon por aquel brazo derecho que se alargaba de forma elegante hasta acabar en esa mano suave de dedos tibios y finos, que solían acariciarlo con tanto cariño como un ser humano podía demostrar. Mientras que su boca imprimía besos húmedos sobre ese corazón que latía frenético contra la piel caliente, sobre las costillas que apresaban sus risas sonoras y armoniosas. Adoró ese vientre plano donde su semilla nunca anidaría, pero donde amaba reposar la cabeza para fijar la mirada en el mentón de su amante, que solía enmarcarse por mechones rubios en cierta época, dulces cerezas en invierno y de ese negro decadente con que lo teñía en primavera.
Vio los besos floreciendo en la piel ajena, tan pálida contra las marcas bermellones de su boca. El blanco contrastando con las yemas de sus dedos impresas en esa pelvis que redefinía la palabra paraíso cuando recibía a la suya. Y más besos, más húmedos, más sonoros, más necesitados, ardiendo en los muslos de algodón que se sostenían con fuerza de sus caderas y desembocaban en esas rodillas cubiertas de cicatrices de raspones y quemaduras causadas por las horas que SiCheng había invertido practicando artes marciales cuando era menor y lo volvieron tan flexible como para llevarlo al cielo en la oscuridad.
Se sostuvo de su calor tanto como pudo antes de volver a besarlo, pero se detuvo a medio camino, cuando los pétalos de sus besos se volvieron marcas carmesí en forma de cruz que condenaban su amor a la agonía eterna. Y los ojos de SiCheng lloraron lágrimas de sangre cuando las marcas en sus caderas se convirtieron en los mordiscos de látigos y sus murmullos de placer comenzaron a sonar como gemidos de dolor.
Apenas despertando con un grito desgarrador, salió de su cama y se lanzó hacia la puerta, llamando a voz de grito a SiCheng cuando se dio cuenta de que esta estaba cerrada con llave desde afuera y no podía llegar a él.
Golpeó y pateó la madera con todas sus fuerzas, pero no cedió hasta que alguien la abrió desde el otro lado y Kun cayó de bruces frente a su padre.
Las lágrimas le impedían ver con claridad, pero cuando se encogió sobre sí mismo y se golpeó el pecho en un intento inútil de recuperar el aliento, distinguió figuras deformes moverse al final del pasillo, las que reconoció como los otros tres miembros de esa familia disfuncional.
Con una sonrisa plasmada en su rostro cansado, se dejó llevar por la inconsciencia cuando reconoció a SiCheng en la oscuridad, el menor estaba bien, viviendo bajo su techo y siendo su hermano, pero estaba bien y no colgado de cadenas que le herían la piel como había estado Choi JunHong esa tarde, incluso si él debía vivir con los recuerdos y el pánico constante, todo estaba bien mientras SiCheng lo estuviera.
—Ahora lo comprendes, ¿verdad, hijo?
🐻
Feliz cumpleaños para mí.
Espero que esta historia, que tiene de todo un poco, sea del agrado de quien se atreva a leerla.
Gracias Cat por ser mi beta y por esa preciosa portada, porque todavía puedo ver esa preciosa sonrisa que tantas veces se romperá en el transcurso de los siguientes capítulos.
Información que cura: No sé hacer resúmenes y el matrimonio de Choi JunHong está relatado en el two shot Aimer mal, châtier bien, que está en mi perfil. A pesar de que acá no habrá BangLo, ese suceso en particular tiene mucha relevancia.
Espero que este mundo se llene de WinKun, porque ellos merecen mucho amor.
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Rappelle toi que je vis [WinKun/KunWin]
FanfictionRecuerda que estoy vivo ~ Ser hermano de SiCheng se sentía como estar muerto, frío y distante. Ser hermano de Kun era someterse a la agonía perpetua. Aferrarse el uno al otro era lo único que los mantenía vivos. La relación de los hermanos Qian es...