04.- MI BELLA ROSA

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Una melodía suave inundaba la estancia, con notas elegantes y armoniosas que a ratos se rompían desafinadas en errores de principiante por parte del músico, algo que realmente se debía a sus dedos cansados y desgastados faltos de práctica.

Rui observaba, con sus ojos curiosos y brillantes, los dedos pálidos y temblorosos que se movían con gracia sobre las teclas blancas y negras de aquel piano cubierto de polvo y olvido.

SiCheng sostuvo a su hermana con suavidad, pero firmeza, contra su cuerpo mientras la niña se movía de un lado a otro, intentando llevar el ritmo de la música y acaba ejecutando movimientos bruscos y torpes que le valieron varios golpes contra el piso y los muebles hasta que él decidió sostenerla.

Le hizo caras divertidas, cosquillas en las rodillas y las palmas de las manos, la dejó abrazarlo y se meció con ella y su voz acompañando los sonidos del piano. Tardes como esa, de tranquilidad y diversión, eran las que SiCheng más atesoraba.

Cuidar a Rui en una tarde fría de otoño y escuchar a Kun ambientar el lugar con el piano mientras su madre bebía té con sus amigas era su pasatiempo favorito, no es que lo hicieran con frecuencia en realidad, pero era de las pocas cosas que disfrutaba. El calor del hogar, escaso la mayor parte del tiempo, podía sentirse a la perfección cuando solo estaban ellos tres en una habitación, cuando podían fingir que eran una familia y, si tenía suerte para disfrutarlo, hasta creer que eran felices.

Pero la felicidad, esa que SiCheng había podido contemplar casi siempre a distancia, se diluyó entre notas temblorosas cuando una voz fuerte rompió la armonía del lugar y Rui fue quitada a tirones de sus brazos.

El hombre lo miró con reproche mientras la pequeña se resistió a su abrazo, no era que la niña no quisiera estar en brazos de su padre, pero adoraba a su hermano, que siempre era más divertido y jugaba más con ella.

Kun dejó de tocar el piano, pero ni siquiera se movió para saludar a su padre, que también fingió no verlo, hasta que Rui estiró los brazos en su dirección y lloriqueó apuntando al piano, pidiendo en su lenguaje de bebé que volviera a tocar.

—Sigue —pidió el mayor con una amabilidad extraña y preocupante. El hombre acostumbraba a ordenar, no a pedir o sugerir.

Kun no dudó en obedecer, porque a sus oídos aquella simple palabra llegó como un imperativo, con dedos torpes y notas trémulas que hicieron reír a su hermana cuando el hombre giró en su lugar, provocando que su cabello corto se sacudiera.

Desde el exterior, esa podía ser la imagen más bonita de una familia, una bebé riendo en los brazos de su padre, mientras sus hermanos la observaban con el más puro amor, pero eso sería solo aparentar que aquella familia no estaba agrietada en cada uno de sus componentes y ni Kun ni el padre eran buenos fingiendo ser una familia de postal, por lo que cuando el hombre habló de nuevo, el silencio musical se rompió en notas estruendosas y desordenadas cuando Kun golpeó el piano con fuerza.

—Sigue riendo, mi bella rosa.

SiCheng nunca entendió por qué esa simple frase desestabilizaba tanto a Kun, o por qué el hombre la decía con ese tono macabro del que su pequeña hermana era completamente ajena, tampoco se atrevía a preguntar, porque no se suponía que él estuviera pendiente de ellos o viera lo desagradables de sus interacciones.

—Necesito descansar —susurró Kun arrastrando el pequeño banco en que estaba sentado y se dirigió con pasos rápidos hacia la escalera.

—¡Kun ge! —llamó sin ser consciente de que esas palabras reemplazaron al «hermano» que debió pronunciar, pero recordó cuando el mayor lo miró con los ojos brillantes y una mueca sorprendida, mientras que el hombre fruncía el ceño y lo empujaba para que siguiera avanzando.

Rappelle toi que je vis [WinKun/KunWin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora