“Vas hacer grande. Te lo puedo asegurar. El sol tendrá envidia de tu luz y las estrellas querrán morirse de celos. Vas a dejar huella en el mundo con tu sonrisa”
El cuadro en mis manos parecía tener vida propia. No podía dejar de verlo. Una mujer de piel blanca me veía, una sonrisa en sus labios mostrando su dentadura perfectamente alineada y reluciente. Sus ojos marrones casi negros, y sus manos posicionadas en su vientre. Lucía feliz, radeante, como si en ese momento tuviera todo lo que se puede pedir en la vida. Plane, feliz, y radiante. Esa era la mujer plasmada en la fotografía.
Saqué la fotografía del portaretrato y miré el escrito: “Para mí pequeña llena de gracia, se que serás grande, y alcanzarás tus sueños. Tu futuro es brillante, lleno de luz. Te ama, mamá. Ya quiero conocerte”
—¿Hanna?— llamó el abogado desde el otro lado de la ventanilla.
Guarde la fotografía en su lugar y abrí la caja para dejar el portaretrato junto a todo lo demás. Tomé una bocanada de aire, y puse una sonrisa en mi rostro como de costumbre. Baje del coche.
—¿Esta es la casa?— pregunté observando la casa delante de nosotros.
Tenía una fachada blanca con azulejos de piedra. Un jardín delantero con un camino de concreto, tenía ventanas por todos lados que daban luz natural a la casa y el garaje a un costado de la misma. Era una casa hermosa, perfecta para formar una familia. Además estaba en un vecindario familiar, algunos niños iban en bicicleta, mientras que sus padres iban detrás.
Parecía que aquí comenzaba la loca idea de traer niños al mundo. Y es por eso que quería vender la casa. Mi lugar no estaba aquí, no cuando está muy lejos de mi verdadero sueño. Vender aquí y luego irme a Seattle o Atlanta era mi mejor plan. Y el único. Regresar a mi vida, y esperar a que la muerte venga a mi puerta. Después de todo, era la última Meller viva.
—Leyna dejo todo a tú nombre— aseguró —. Estas son las llaves, los papeles de la casa y esto lo dejo tu padre. Ella debía entregartelo una vez decidieras regresar a casa, pero no alcanzó.
—Gracias por todo Roger— agradecí con una pequeña sonrisa —. Eres el único que a estado conmigo en estos momentos.
—No debes agradecer nada, Hanna— me dedico una sonrisa —. Has pasado por tanto a tan corta edad que me sorprende que sigas de pie y sonriendo.
—No siempre es así— susurre con una pequeña sonrisa —. Hay días en los que quiero morir, pero obtengo fuerzas de donde no las tengo para seguir de pie.
—No te desanimes— me pidió con una sonrisa —. Eres la única persona a que observó cómo le arrebatan vidas y aún así eres creyente.
—Mi madre lo era, papá solía decir que no importaba cuántas veces Dios apretara la soga en mi cuello...
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El cielo a mi favor
RomanceCuenta una antigua leyenda que un día estaban la vida y la muerte en una habitación. A pesar de plantearlas como grandes enemigas. Realmente eran grandes amigas, algo que nadie se imaginaría, eran tan diferentes una de la otra. La vida era color...