Capítulo 8

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    "También he gritado en silencio, llorado sin derramar ninguna lágrima, hablado sin hacerme sentir, equivocado sin rectificar mi error, pensado sin tomar la iniciativa. También, soy humano" -Ignacio Novo.

     ¿Hija?

     La mujer frente a mi había tenido una hija. ¿Donde estaba esa niña?

     Por mi cabeza pasaban miles de preguntas que quería hacerle. Pero esos lindos ojos llenos de lagrimas no me permitían hacerlo. Algo estaba roto dentro de ella. Y podía notar que había misterio alrededor de ella. Roger la trataba como si fuera una pieza de crital, alguien apunto de romperse. ¿Quien era realmente Hanna Meller?

     Mi pequeña la miraba como si a ella le doliera también. Nunca entendería el cariño que le tenía Alisa a Hanna. La miraba como mi hermana miró a mi madre en su momento. Y solo tenían días conociéndose. Desde el primer momento que la conoció, es como si reconociera a alguien dentro de Hanna. Podía notarlo, a Leyna nunca la miro de esa manera.

     No entendía que veía Alisa en Hanna. Yo no podía intervenir, de eso estaba seguro. La única capaz de alejar a mi hija de Hanna, era la misma Hanna. Pero en sus ojos no podía observar algún rastro de malicia. Estaba seguro que ella haría todo por protegerla.

     Detrás de aquel rostro perfecto y bonito habia mucho más que una sonrisa. No podía ver colores en ella. Y de alguna manera eso me asustaba, porque yo tampoco los tenía, y estaba seguro que Alisa nos daba un poquito de color a ambos.

     —Toma, bebe agua— Roger se arrodillo frente a ella —. Por favor, Hanna. No quiero que tengas un ataque de ansiedad.

     Había tantos misterios alrededor de ella. Era como si ella misma no se conociera. Roger le acarició el cabello. Era como un padre cuidando de su hija. Yo solo estaba ahí de pie sin saber que hacer.

     —Estoy bien— el asintió y tomo asiento frente a ella en la mesa de café —. Roger, lo digo en serio, no te preocupes.

     —Hanna, te conozco desde antes de nacer, no estás bien— la miro a los ojos, analizandola —. Escucha, no siempre tienes que ser la fuerte, a veces, tienes que dejarte cuidar.

     —Anda y dale un abrazo— le susurre a Alisa colocandome a su altura.

     Mi pequeña se acercó con timidez. Hanna la miró y le dedico una sonrisa aún con sus mejillas llenas de lágrimas. Mi pequeña le tomó el rostro con sus pequeñas manos. Luego le dio un beso en la mejilla, para después envolver sus pequeños brazos alrededor del cuello de Hanna quien le regreso el abrazo a mi pequeña como si mi hija se le fuera a ir de sus brazos.

     O como si quisiera que mi hija la recostruyeran. Quería ayudarla, pero me daba miedo caer en el intento. ¿Es posible ayudar a alguien cuando nosotros mismo también estamos rotos? ¿O es una misión suicida?

El cielo a mi favor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora