Epigolo

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"Debido a que el mundo está tan lleno de muerte y horror, intento una y otra vez consolar mi corazón y recoger las flores que crecen en medio del infierno" —Hermann Hesse.

     Meses más tarde.

      Llovía a cantaron a fuera, y parecía que el cielo estaba triste. La mirada azul no se despegaba de la ventana, mirando como el parque en el que había crecido jugando se llenaba de agua. Se coloco de pie, y se miro en el espejo. Una hermosa adolescente de quince años, eso era lo que se veía en el espejo, su largo cabello miel, caía hasta la cintura, su hermosa piel blanca, y sus rasgos ya más definidos. Era simplemente hermosa. Perfecta. 

      Se recordó a si misma por la mañana en la tumba de su madre, sus padres le daban privacidad, dejo las rosas blancas sobre la lapida y tomo asiento en la banca frente a ella:

      -Siempre vengo agradecerte- susurro ella -. Porque no se me olvida, que cuando cumplí los siete años, te pedí de regalo de cumpleaños que me regresaras a mi papi a la vida. Mientras Hanna me cuidaba a unos pasos de aquí. No se me olvida, que diste tu vida por la mía. Y no se me olvidan esas conversaciones que cuando niña tuve contigo, hasta que dejaste de aparecer.

      Ella limpio sus lagrimas, y por un momento la miro frente a ella, sentada, con una sonrisa hermosa. Y junto a ella Abril, quien sonreí complacida. 

      -Te amo, Alisa- ella sintio una pequeña rafaga de viento, y sonrio mirando el cielo, el que prologaba lluvia esa tarde.

      -Gracias, por todo, mamá.

      Sacudió la cabeza, cuando escucho los pasos de su hermano de un lado a otro por el pasillo. Y acomodo la corona que Hanna le había regalo al cumplir los siete años en su cabeza.

     -Oye, hermana. Mamá pregunta si haz visto la mamila de Jane- el pequeño de diez años entro a la habitación de su hermana -. Dice que no podemos salir sin ella, porque sino, la bebé va a interrumpir la exposición de papá.

     -Esta en la cocina, creo- susurro ella mientras se colocaba sus tacones negros -. Y debes venir aquí cuando le entregues eso.

      El pequeño de diez año era un Hayden pálido, ya que tenia el color de piel de su madre. Pero era idéntico a Derek, con los ojos de su madre. Era disciplinado, y le encantaba jugar fútbol por las tardes, y pintar por las noches. Amaba los días soleados, y despertar todos los días para ir al colegio con sus hermanos.

     -¡Hola,hola!- grito Amelie entrando a la casa mientras cerraba su paraguas -. ¿Los ayudo en algo? Su padre me envió para ayudarlos- miró a su sobrino correr a la puerta -. Oye, tienes la corbata mal colocada.

     -Mamá necesita esto, está con Jane. Iré con Alisa- subió las escaleras corriendo -. ¡Oh, y Leonard, está durmiendo, hay que vestirlo- el pequeño llego al piso de arriba -. ¡Gracias, tía A!

    -Ayudar- susurro ella con una sonrisa, se quito los zapatos para no llenar la casa de barro, y subió al piso de arriba -. Afuera, llueve a cantaros. Y Amel corre de un lado a otro.

     -Buscábamos eso, gracias- Hanna tomo la mamila de la pequeña bebé sobre la cama -. ¿Y tu esposo? ¿Vendrá a la exposición?

      -Si, de hecho, esta con Derek- se encogió de hombros -. Se la llevan muy bien. Aunque, confieso, que tengo una duda- Hanna tomo a la bebé y miro a la mujer -. ¿Cómo te mantienes cuerdas con tantos niños por la casa?

      -Los cuatro son tranquilos, y Alisa ayuda. Realmente le encanta- le paso a la bebé quien la miro con sus grandes ojos azules -. Son de su abuela- susurro Hanna -. Se que suelen recordar a los tuyos o los de tu hermana.

El cielo a mi favor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora