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Aquella noche, tal vez aquél día e incluso a esa hora quién diría, que te amaría, para luego extrañarte y ser preso de melancolía, para preguntarme como sería si no le hubiéramos dado la espalda a la alegría.

Volviendo al caso, pues nos topamos, o quizá me encontraste, o tal vez ubiqué a una chica reservada, aquella tan aventada, sin intención a escatimar cuanto puede llegar a ser de fiero y hermoso el amar. Te acercaste, me miraste y pediste una simple dosis de cáncer.

Hoy en día me cuestiono a que te referías, a que tipo de cáncer me pedías, amor o tabaco, de cualquier manera algunos de los dos acabará por matarnos.

Te di aquella dosis, de lo que creí mejor que merecías. Y así nada más de propina, te entregue algunos meses de mi vida, con iluciones rotas o vacías, y al final con un enorme hueco en el fondo de mi alma.

La herida mi rueca, la sangre el hilo,  resultando un elegante traje de sufrimiento con el que vivo. Todo duelo con recelo lo llevo, contigo y hacia mi,  callando el ancia de no reventar a golpes todo lo que es o fue tuyo. Todo lo que sufrí, doblado a palos, con mentiras llenas de dopaje, así lo viví...

Con la muerte de tu amor, a diario muero y no comprendo como puedo seguir así, mas lo intento y entiendo que todo este frenesí es parte importante de todo lo que es el amor en sí.

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