Capítulo 44 - Mamá.

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Despertó, asediada por cuatro paredes amarillentas a causa del tiempo y del poco mantenimiento, en su momento seguramente fueron tan blancas como la sonrisa de un niño que recién completó su dentadura de leche, ahora hasta se dudaría que lo fueron

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Despertó, asediada por cuatro paredes amarillentas a causa del tiempo y del poco mantenimiento, en su momento seguramente fueron tan blancas como la sonrisa de un niño que recién completó su dentadura de leche, ahora hasta se dudaría que lo fueron. De no ser por los materiales en las mesas metálicas, el constante "vip" a uno de sus costados, y el ambiente frío y estéril, no tendría ni idea de en dónde se encontraba.

Adormilada, cansada, dolida, desorientada, síntomas que seguramente eran causados por la anestesia o, ¿será otra cosa?

Como era su costumbre, siempre al despertar, estiraba sus brazos y movía sus pies en círculos, esta vez su debilidad impedía levantar siquiera un poco sus extremidades superiores, en cuanto a los pies...

— ¿Q-qué? —no los sentía. Temblorosa, se retiró el blanquecino pedazo de tela que la cubría—. ... —sus ojos se abrieron por completo, cruzándosele frente a ellos lo acontecido anteriormente—. ¿P-por q-qué? —mencionó bajo y despacio—. N-no quiero esto —sus mejillas empezaron a humedecerse. Quería gritar, pero sus pocas fuerzas no eran de ayuda.

— Prometo que no tardaré —se escuchó del otro lado de la puerta—. Quédese tranquilo, seré suave —tal parece que trataba de convencer a otra persona de la que sólo se escuchaban lloriqueos. Se abrió la puerta.

Un enorme hombre con rostro gentil entró tranquilamente, trataba de mantener una mueca despabilada y nada preocupante, le estaba costando demasiado.

De inmediato lo recordó—. ¿Cómo está tu bebé? —sonrió tristemente mientras trataba de secar su mojado rostro.

Sonrío forzosamente, cerró la puerta tras de sí, y luego tomó asiento en una extraña silla a lado de la cama—. E-esta bien —titubeó.

— No le has dado más leche normal, ¿o si? —trataba de alguna forma apaciguar el ambiente.

— Gracias a ti, ya no he cometido ese error.

— Me alegra —sus parpadeos eran cada vez más lejanos uno de otro, temía ponerse a llorar de nuevo.

— ¿T-tienes hambre, o sed? Puedo traerte algo —a toda costa, no quería preguntarle si se encontraba bien, era obvio que no.

— Estoy bien —respondió como si hubiese adivinado lo que deseaba preguntarle en realidad—. Estoy... viva —dijo sin más.

Suspiró pesadamente—. Siento mucho lo que te ha ocurrido niña —agachó la cabeza, rompiendo contacto visual con su contraria.

— No es tu culpa, no tienes que sentirlo —se apresuró a decir—. Fui... desafortunada —sacudió sus manos mientras negaba.

— Se supone que...

— Se supone que no debía confiar en extraños. Ha sido culpa mía —trató de agazaparse sobre el colchón, suspirando profundamente afligida.

12 hombres y un bebé (Caballeros Del Zodiaco)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora