Ha llegado un singular intruso al Santuario, le sacará canas verdes a más de un caballero de oro. No se sabe de dónde viene ni a quién pertenece, y menos si se irá o permanecerá a su lado, ¿lo averiguarán en algún momento?, ¿quién podría saberlo?
...
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Cinco años.
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— Maestro. Por favor deténgase, es malo para su...
— ¡Me estas diciendo viejo! —el mayor de los dos se detuvo de inmediato en cuanto escuchó aquello de su ex-alumno.
— Y-yo no...
— ¡Estoy molesto contigo! —señaló insistente al de cabellera lila.
— Pero ni siquiera me ha dicho el "porqué" —levantó una ceja a la par de sus hombros.
— Digamos que un pajarillo medio taradillo me contó algo sobre ti —volvió a señalarlo.
— Usted me ha dicho varias veces que no confíe en los chismes que cuenta la gente, y menos si conozco como es —con su mano derecha retiró hacia un lado el dedo que estaba utilizando su maestro para acusarlo.
— ¡Es por eso que he pedido que vinieras! —dio una vuelta sobre su eje, quedando de espaldas y caminando un par de pasos lejos de Mu.
— Entonces —no tiene absoluta idea de lo que le preguntará—. ¿Qué es lo que le contaron? —en realidad no deseaba saberlo, pero quería terminar con el momento incómodo entre el patriarca y él.
— ¡Qué tú, muchachito! —se giró dramáticamente hacia él, volviendo a apuntar su dedo acusador en la dirección del menor.
— ¿Puede dejar de señalarme? No hay nadie más aquí, es obvio que el problema es conmigo.
— ¡Grr...! —hizo lo pedido, cruzando los brazos y dedicándole una mirada acusadora después—. ¡Tú!
— Yo —ahora su mueca era de frustración, ya se estaba aburriendo de eso.
— ¡Jovencito! ¡Ha desobedecido una de nuestras principales políticas en el Santuario!
— Bueno, pero las políticas no son tan estrictas como las reglas.
— ¡Eso no quiere decir que debas romperlas!
— En todo caso, no la estoy rompiendo.
— ¡Por supuesto que sí!
— No —respondió seguro—. Mientras una regla te dice "no hagas esto" —mencionó lo último imitando una voz más grave que la suya—, la política te dice "puedes o no hacerlo", dependiendo del criterio de cada quien —ahora era él quien se encontraba de brazos cruzados y satisfecho por completo con lo dicho.
