El fin de semana se me pasa en un abrir y cerrar de ojos. El viernes por la tarde veo el programa de Tronistas y Pretendientes con mi madre en el sofá de nuestro acogedor piso. Mi madre es una mujer con tatuajes, víctima de los dulces, ojos azules y con el pelo corto y tan rubio que parecen canas. Mi madre se podría decir que no es… una madre muy corriente.
Para entendernos, si tuviera que puntuar la locura de mi madre sobre diez, sería un doce. Ella dice que la muerte de mi padre la cambió radicalmente. Siempre había dependido mucho de mi padre y le daba pánico salir de casa sin él. Pero cuando él murió tuvo que afrontarse a un mundo sin mi padre. Desde entonces, mi madre siempre dice que no es cierto que las personas no cambiamos, simplemente no nos damos cuenta de ello.
El programa dura una hora y cuarto, pero con la publicidad se alarga prácticamente dos horas. Estuvimos en silencio durante el programa, exceptuando alguna que otra risa que desprendía mi madre cuando Maya, la asesora del amor con acento andaluz y que le encanta comentarlo todo como un reportero de un partido fútbol, soltaba uno de sus comentarios.
Cuando terminamos de ver el programa no me da tiempo de hablar con mi madre porque Max me llama para echarme la bronca por no haberme puesto coleta tal y como me ordeno antes de salir de casa. Me volvió a insultar en su idioma de estilista y después le hice prometer que la próxima vez que fuera a plató me trenzaría el pelo.
Por la tarde mi madre se marcha a trabajar en la tienda de ropa donde trabaja desde que tengo uso de razón, así que no vuelvo a verla hasta la noche. Cuando vuelve de trabajar las dos nos sentamos en el sofá y cenamos algo de comida precocinada. Le saco el tema del programa y ella deja de pegarle bocados a la lasaña medio congelada.
-Me gusta Axel, pero ten cuidado, Carolina. El amor es muy bonito solo cuando dos se aman.
Para ser honestos, este no es el típico comentario que diría mi madre. Más bien me esperaba un “¡Qué bueno que está el otro tronista! Deberías de haber tenido una cita con los dos” o un “¿No me podre presentar yo como pretendienta, verdad?”. De hecho, estos son alguno de los comentarios que soltó cuando le dije que había una pequeña posibilidad de quedarme en el programa. Pero ahora que estoy en él, parece que no tiene ganas de bromear.
Para ser honestos, el doce de locura de mi madre existe porque cada vez que hablo con ella me desconcierta. No sé por dónde va a salir, pero a pesar de eso, la quiero y no me importa que haya terminado loca por culpa del amor.
El sábado por la mañana voy a la perrera para hacer mi trabajo de voluntaria como protectora de animales. Después, la agencia donde tienen mi número de teléfono me llaman porque necesitan a una maquilladora con experiencia para un desfile en un pueblo en las afueras de Madrid. Me dicen cuanto ganaré y como me salía a cuenta, me pasé el resto de sábado en el backstage rodeada de modelos histéricas porque sus uñas postizas no estaban bien pegadas o porque habían perdido una de sus extensiones.
El domingo por la mañana vuelvo a la perrera y por la tarde preparo mi maleta con la ropa que me exige Max que me lleve a su casa. Después de cenar, cojo un tren que me lleva directamente al centro de Madrid y Max –con un cartel que pone “tonto quien lo lea”- me vino a buscar para llevarme a su casa.
Max revisa la ropa que he traído y la plancha antes de irse a dormir. De mientras, yo preparo dos chocolates fríos para refrescarnos y la última revista de cotilleo del corazón para mirarla los dos juntos. Al cabo de media hora los dos estamos tan cansados que no tenemos fuerzas ni para comentar el bolso de serpiente que luce una actora española que no la conocen ni en su casa. Así que ambos nos vamos a dormir a su habitación con cama doble y ponemos la alarma para mañana ir a grabar mi tercer programa.