Capitulo 11. Una cena con preguntas.

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No basto ni un día, para que me diese cuenta de la conexión entre Constance y Sirius no es solo de amistad, sino también hubo un romance entre ellos, además creo que el mismo lo dijo, estuve ahí cuando naciste, frase clave.

Aunque en aquel momento, no lo pensé tan así.

—De modo que ahora es mía. Se la ofrecí a Dumbledore como cuartel general; es lo único medianamente útil que he podido hacer.

La cocina, una estancia grande con bastas paredes de piedra, no era menos sombría que el vestíbulo. La poca luz que había procedía casi toda de un gran fuego que prendía al fondo de la habitación. Se vislumbraba una nube de humo de pipa suspendida en el aire, como si allí se hubiera librado una batalla, y a través de ella se distinguían las amenazadoras formas de unos pesados cacharros que colgaban del oscuro techo. Habían llevado muchas sillas a la cocina con motivo de la reunión, y estaban colocadas alrededor de una larga mesa de madera cubierta de rollos de pergamino, copas, botellas de vino vacías y un montón de algo que parecían trapos. La señora Weasley y su hijo mayor, Bill, hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa.

La señora Weasley carraspeó. Su marido, un hombre delgado y pelirrojo que estaba quedándose calvo, con gafas con montura de carey, miró alrededor y se puso en pie de un brinco.

—¡Harry! —exclamó el señor Weasley; fue hacia él para recibirlo y le estrechó la mano con energía—. ¡Cuánto me alegro de verte!

Detrás del señor Weasley, estaba Bill, que todavía llevaba el largo cabello recogido en una coleta, enrollando con precipitación los rollos de pergamino que quedaban encima de la mesa.

—¿Has tenido buen viaje, Harry? —le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez—. ¿Así que Ojoloco no te ha hecho venir por Groenlandia?

—Lo intentó —intervine; mientras Tonk hacia Bill con aire resuelto para ayudarlo a recoger, y de inmediato tiró una vela sobre el último trozo de pergamino.

—¡Oh, no! Lo siento...

—Dame, querida —dijo la señora Weasley con exasperación, y reparó el pergamino con una sacudida de su varita. Con el destello luminoso que causó el encantamiento de la señora Weasley, alcance a distinguir brevemente lo que parecía el plano de un edificio.

Agarran el plano de la mesa y se lo ponen a Bill, que ya iba muy cargado, mirando a la señora Weasley con reproche y al mayor de los Weasleys, estaba resuelta a sentarme como rabieta, porque nunca podía ver o escuchar nada, salvo lo que los Weasleys y Hermione lograban escuchar, que no tiene nada a comparación de las horas que pasan aquí discutiendo.

Pero algo percate antes de tomar asiento.

—Estas cosas hay que recogerlas enseguida al final de las reuniones —le espetó, y luego fue hacia un viejo aparador del que empezó a sacar platos.

Bill sacó su varita, murmuró: «¡Evanesco!» y los pergaminos desaparecieron.

—Siéntate, Harry —dijo Sirius—. Ya conoces a Mundungus, ¿verdad?

Aquella cosa que Harry había tomado por un montón de trapos emitió un prolongado y profundo ronquido y despertó con un respingo.

—¿Alguien ha pronunciado mi nombre? —masculló Mundungus, adormilado.

—Dungus —dije con una sonrisa fría y cínica, este se recobraba en un instante, con su mano mugrienta por encima de su cabeza—. ¿te acuerdas de nuestra pequeña platica del otro día?

Destiny y La Orden del Fenix (DEH #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora