Capitulo 37. Los sentimientos del enemigo.

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—La profesora Umbridge ha leído tu correo, Harry. No hay otra explicación.

—¿Crees que fue ella quien atacó a Hedwig? —preguntó Harry, indignado.

—Estoy prácticamente convencida de ello —respondió Destiny con seriedad—. Cuidado con la rana. Se te escapa.

Harry apuntó con la varita mágica a la rana toro que iba dando saltos hacia el otro extremo de la mesa. «¡Accio!», exclamó, y la rana, resignada, volvió a saltarle a la mano.

La clase de Encantamientos siempre había sido una de las mejores para charlar en privado con los compañeros; generalmente había tanto movimiento y tanta actividad que no había peligro de que te oyeran. Aquel día el aula estaba llena de ranas toro que no paraban de croar y cuervos que graznaban sin cesar, y un intenso aguacero golpeaba y hacía vibrar los cristales de las ventanas, de modo que Harry, Destiny, Ron y Hermione podían hablar en voz baja y comentar cómo la profesora Umbridge había estado a punto de atrapar a Sirius sin que nadie reparara en ello.

—Empecé a sospechar que la profesora Umbridge te controlaba el correo cuando Filch te acusó de encargar bombas fétidas, si fueses Fred o George seria creible, pero tu te portas bien todo el tiempo —prosiguió Destiny—. En cuanto hubiera leído tu carta habría quedado claro que no las estabas encargando, o sea, que no habrías tenido ningún problema. Es como un chiste malo, ¿no te parece? Pero entonces pensé: ¿y si alguien sólo buscaba un pretexto para leer tu correo? Esa habría sido la excusa perfecta para la profesora Umbridge: le da el chivatazo a Filch, deja que él haga el trabajo sucio y que te confisque la carta; luego busca una forma de robársela o le exige que se la deje ver. No creo que Filch hubiera puesto objeciones, porque ¿alguna vez ha defendido los derechos de los estudiantes? ¡Harry, estás espachurrando a tu rana! —Harry miró hacia abajo. Era verdad: estaba apretando tan fuerte a su rana que al animal casi se le saltaban los ojos. Entonces la dejó apresuradamente sobre el pupitre.

—Anoche nos salvamos por los pelos —prosiguió Hermione—. Me pregunto si la profesora Umbridge es consciente de lo poco que le faltó. ¡Silencius! —exclamó, y la rana con la que estaba practicando su encantamiento silenciador enmudeció a medio croar y la miró llena de reproche.

—Si llega a atrapar a Hocicos... —dijo Destiny efectuando el hechizo, para no terminar su frase.

Harry terminó la frase por ella:

—... seguramente habría vuelto a Azkaban esta misma mañana.

Luego agitó la varita mágica sin concentrarse mucho, y su rana se infló como un globo verde y empezó a emitir un agudo silbido.

—¡Silencius! —repitió Hermione con rapidez, apuntando con su varita a la rana de Harry, que se desinfló silenciosamente ante ellos—. Bueno, ahora ya sabemos que no debe hacerlo más. Pero no sé cómo vamos a comunicárselo. No podemos enviarle una lechuza.

—No creo que vuelva a arriesgarse —terció Ron—. No es estúpido, ya debe de saber que la profesora Umbridge estuvo a punto de atraparlo. ¡Silencius!—dijo, y el enorme y desagradable cuervo que tenía delante soltó un graznido desdeñoso—. ¡Silencius! ¡SILENCIUS! —repitió, y el cuervo graznó aún más fuerte.

—Es que no mueves la varita correctamente —comentó Hermione observando a Ron con mirada crítica—. No hay que sacudirla, sino darle un golpe seco.

—Con los cuervos es más difícil que con las ranas —se defendió él.

—Cambiemos —propuso Hermione, que agarró el cuervo de Ron y puso su gruesa rana en su lugar—. ¡Silencius! —El cuervo siguió abriendo y cerrando el afilado pico, pero no emitió ningún sonido.

Destiny y La Orden del Fenix (DEH #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora