Capítulo 9: La estrella del perro

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Unas horas más tarde, a Severus le despertó de su duermevela una voz áspera.

– ¿Qué haces aquí? –Severus abrió los ojos para encontrarse a Sirius Black mirándole fijamente desde el otro lado de la cama de Harry.

–Baja la voz –le ordenó Severus, mirando a Harry para asegurarse de que aún dormía apaciblemente. Harry no parecía haberse movido en absoluto, y su cara estaba demasiado pálida para su gusto.

–Responde –insistió Black.

–Creo que es evidente –respondió Severus. En ocasiones, la estupidez de Black le sorprendía. Se inclinó un poco para poner la palma de la mano sobre la frente de Harry, tomándole la temperatura, al tiempo que le tomaba la muñeca con la otra mano para comprobar que su pulso fuese normal.

– ¿Qué haces? –inquirió Black.

–Eso también debería ser evidente –gruñó Severus irritado. Harry estaba algo frío al tacto, pero su tacto se había normalizado. Las pociones que le habían dado antes controlarían cualquier asomo de infección, pero sospechaba que habría que administrarle algunas más antes de que le diesen el alta.

– ¿Está...? –Black empezó a hablar, pero se interrumpió, dubitativo.

–Bien –le dijo Severus– Sospecho que tiene una infección leve, pero le dimos pociones para contrarrestar eso antes.

– ¿Por qué estás tú a su lado en vez de Poppy? –preguntó Black. Por fin una pregunta vagamente inteligente.

–Tiene otros pacientes, y yo me ofrecí voluntario para velarle.

Pero esta respuesta, obviamente, no satisfizo a Black. Sus ojos se tornaron rendijas.

– ¿Por qué tú? –le presionó. Severus le dedicó una mirada negra, irritado.

–Es mi compañero vinculado. Tengo todo el derecho del mundo a estar aquí.

–Este matrimonio es una farsa y tú lo sabes –gruñó Black.

–Pero de todas formas es legal –señaló Severus­– que es más de lo que se puede decir de tus derechos de tutor teniendo en cuenta que aún sigues siendo un criminal buscado por la ley.

Los ojos de Black ardieron con odio.

–Créeme, Snape, nadie lo lamenta más que yo. Harry debería estar con alguien que le quisiese, y en vez de ello se ha visto atrapado con esos monstruosos muggles, y luego contigo.

–Con o sin amor, no le puedes proteger –le recordó Severus.

– ¿Y debo suponer que tú sí puedes? –Preguntó Black, incrédulo– ¿Qué levantarías un solo dedo para ayudar al hijo de James Potter?

–Cree lo que te dé la real gana, Black –resopló Severus– No hay nada que puedas hacer al respecto.

– ¿Tú crees? –gruñó Black con una mirada furiosa. Un sonido quedo proveniente de Harry les llamó la atención a ambos, interrumpiéndoles. Las pestañas de Harry temblaron y se giró hacia su padrino, los ojos abriéndose con dificultad. Sin las gafas apenas podía ver a quien le miraba, pero cuando se dio cuenta de quién se trataba una cálida sonrisa iluminó su cara.

–Sirius –susurró, con ojos brillantes de placer. Severus notó algo notablemente parecido a celos que le recorría de arriba a abajo, y tardó un segundo en darse cuenta de por qué sentía aquello. Quería que Harry le mirase así, con completa complacencia al verle. Se quedó anonadado ante la revelación, mientras Sirius Black se inclinaba sobre el lecho y abrazaba con gentileza al joven que allí yacía. ¿Cómo era posible que desease tan intensamente algo que semanas atrás le hubiese parecido completamente ridículo?

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora