Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra

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No podía creer lo que ocurría. Ya era bastante malo tener clase con aquel hombre... ¡pero vivir con él! Encontraría una forma de sobrevivir, de eso estaba seguro; al fin y al cabo no podía ser peor que los años transcurridos junto a los Dursleys. Pero hasta el momento, su tiempo en la escuela había sido su compensación: vivir en la torre de Gryffindor era como un sueño maravilloso que le mantenía entero durante los veranos. La mera idea de que ya no tendría eso le hacía sentir nauseas. ¡Tener que dejar la torre para habitar las mazmorras húmedas y oscuras!

Snape le condujo a través de las entrañas del Castillo, por numerosos corredores mal iluminados, en los que sus pisadas resonaban ominosamente por las bóvedas de piedra. Finalmente se detuvo frente a un retrato de Salazar Slytherin y una enorme serpiente.

–La contraseña es Eldorado –dijo Snape tanto para la pintura como para Harry. El retrato se deslizó, abriéndose, y Harry siguió a Snape a las cámaras que serían a partir de ahora su nuevo hogar.

Se detuvo en la entrada. No era exactamente lo que había esperado. Pese a estar en las mazmorras y a la ausencia de las altas ventanas que solía tener en la torre, el salón era bastante parecido a la sala común de Gryffindor. Bien amueblada, aunque el esquema primario de colores era en verdes más que en rojo, con espesas alfombras en el suelo, un acogedor sofá frente al hogar encendido mágicamente, y sillas a los lados de aspecto confortable. Incluso había un juego de ajedrez mágico en un rincón bien iluminado del cuarto. Velas y lámparas de aceite iluminaban el lugar de forma más brillante de lo que habría esperado, y pese a estar en una mazmorra no parecía para nada húmedo. O frío.

Las paredes estaban cubiertas con tapices parecidos a los que se veían por todo el castillo, y había diversas puertas que Harry supuso llevarían a otras habitaciones. Se dio cuenta de que Snape se había quitado la túnica exterior, dejándola sobre el respaldo del sofá. El hombre caminó hacia un aparador, del que extrajo una bebida de color ámbar que sirvió en un vaso, vaciándolo de un trago. Harry tomó su distracción como una oportunidad de echar un vistazo al resto de habitaciones: un despacho con un laboratorio de pociones conectado, una librería privada, y un enorme dormitorio con baño privado. Mientras contemplaba el interior, Dobby apareció con su baúl, que aún no había tenido tiempo de desempacar.

–Aquí están las pertenencias de Harry Potter –anunció Dobby– Harry Potter tiene que quedarse ahora en las mazmorras, ¡y Dobby le visitará a menudo! –el pequeño elfo sonrió feliz a Harry, como encantado por cómo se desarrollaban los acontecimientos. Harry nunca estaba seguro del todo de qué cosas entendían o no los elfos domésticos– ¿Querrá Harry Potter que Dobby le ayude con alguna cosa?

–No, gracias, Dobby –le aseguró– Gracias por traer mis cosas.

–Harry Potter puede considerarse receptor del más profundo agradecimiento por su gentileza –sonrió Dobby de oreja a oreja, antes de desaparecer de nuevo.

Harry se quedó mirando su baúl, y cuando alzó la vista se encontró con que el Profesor Snape le contemplaba a él como si fuese algún tipo de insecto que mirase a través del microscopio. Harry pasó el peso de un pie a otro, incómodo. Cuando ninguno de los dos rompió el silencio, simplemente tiró de su baúl hasta acomodarlo junto a una de las paredes del salón, para que no estorbase. Snape se sirvió otro vaso y Harry se empezó a preguntar si planeaba emborracharse aquella noche. No estaba muy seguro de cómo podía enfrentarse a un Snape ebrio. Al menos ya no le estaba mirando.

– ¿Señor, disculpe? –preguntó en voz queda. Snape se tensó, pero no se giró hacia él– ¿Dónde se supone que debo dormir? –por lo que había visto, sólo había un dormitorio.

– ¡Por mí puede dormir en el armario, Potter! –le rugió Snape, girándose y encarándole con la más negra de las miradas.

Harry se estremeció y dio un paso atrás, sintiendo que algo se helaba en su interior, decaído ante aquellas palabras, diez años de recuerdos de una alacena minúscula volviendo repentinamente a su cabeza como una bofetada. Antes huiría de Hogwarts que volver a vivir algo así.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora