Capítulo 50: La materia de los sueños

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Cuando Severus se ofreció a enseñarle a usar la espada, Harry no había sabido qué esperar. La idea le había parecido excitante, puesto que parecía atraer a cierta parte suya instintiva, un rasgo Gryffindor que no podía evitar poseer. No obstante, las clases habían sido excitantes en más de un sentido.

No estaba muy seguro de por qué Severus le había ofrecido enseñarle. En cierto sentido, resultaba poco propio de él emplear su tiempo en algo así. Que Severus le dedicara sus ratos libres significaba más para Harry de lo que hubiese podido poner en palabras; el que le enseñara con tal paciencia y le diese tantos ánimos era ya increíble. La forma en que Severus le había motivado hacía que Harry sintiese una calidez que le resultaba completamente desconocida e inexplicable.

Durante toda su vida había luchado por ganarse la aprobación de los Dursley. Había estudiado en la escuela para traer buenas notas, esperando contra toda probabilidad que sus tíos mirasen los informes y mostrasen cierto orgullo por sus logros... pero lejos de alegrarse, cada triunfo por su parte era recibido con disgusto, si no con franca hostilidad. Para ellos sus triunfos eran resultado de sus rarezas, y debían ser suprimidos a toda costa. Al final había dejado de molestarse por ello.

O eso había creído. No obstante, la aprobación de Severus había aliviado un dolor profundo que Harry ni siquiera había sabido que sentía. Así que pese a las agujetas y a la falta de tiempo libre que aquellas lecciones le infligían, Harry no pensaba renunciar a ellas hasta que el propio Severus le dijese abiertamente que no quería continuar dándoselas.

Pero aquellas clases eran más cosas aparte del ejercicio. Harry sintió un cierto placer teñido de culpabilidad al pensar en el resto. La primera vez que Severus le había pasado los brazos en torno al cuerpo, no había sabido qué pensar. Le tomó unos segundos darse cuenta de que era normal, que Severus necesitaba mover su cuerpo para posicionarle de forma correcta, de manera que pudiese ejecutar los ejercicios correctamente. Pero el roce constante, las manos sobre su piel, la presión del cuerpo de Severus contra el suyo cuando se le había acercado aún más... aquello había desbocado sus sentidos. Llevaba casado unos cuatro meses y había estado durmiendo a su lado cada noche; recientemente había empezado a tener vívidos sueños sobre un hombre sin rostro, y ahora se estaba empezando a plantear si podía ser gay.

Hermione le hubiese dicho que era un despistado, o un lento, o un poco corto de entendederas... pero Harry siempre había evitado pensar en ese tipo de cosas, incluso tras las embarazosas charlas que diversas personas se habían sentido en la obligación de darle para asegurarse que entendiese ciertas cosas. Aún recordaba el intenso cuelgue que había sentido por Cho Chang en su cuarto año, y más de una vez había mirado a Ginny Weasley con admiración ante su rostro y su figura. Y aunque no le gustaba Sinistra, no podía negar que había sentido atracción física por ella. No le había dado más vueltas a la dirección que pudiesen tomar sus apetencias, y nunca había pensado en los hombres como objetos de deseo...

Por supuesto, se había sentido atraído por Julius Snape, ¿pero y quién no? Y había acabado tan mal que apenas contaba. Luego estaba su sueño... ese que le hacía sonrojarse cada vez que pensaba en él. El primer sueño erótico de su vida, al menos que recordara, y había sido con un hombre desconocido, alguien alto y bien formado. Pero no había sido más que un sueño, así que le había dado escasa importancia.

Lo que no era tan fácil de olvidar era la forma en que se había sentido cuando Severus le había tocado, el calor que había recorrido su cuerpo, la manera en que su corazón se había acelerado... no podía racionalizar nada de aquello. No podía entender por qué el calor de otro cuerpo era tan agradable, o el porqué de su repentina fascinación por el olor a especias que parecía adherirse a la piel de Severus o por la forma en que su cabello negro parecía enmarcar su rostro... o por qué ver aquella boca habitualmente cruel curvándose en una suave sonrisa había acelerado su pulso.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora