Capítulo 36: Cargando la piedra

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No hizo falta mayor estímulo para los guerreros de las Tierras Invernales. Libres del temor a los Dementores, los arqueros ya estaban disparando flechas sobre los Grendlings. Los entrenadores caninos dirigieron sus escobas hacia el suelo y soltaron los arneses, dejando a los perros aterrizar a poca distancia del suelo. Los perros se lanzaron al ataque con ladridos feroces y alegres. Un instante más tarde se les unían los guerreros de Alrik alzando espadas y hachas para golpear a los Grendlings entre cortantes gritos de guerra.

Quince hombres aterrizaron sobre la piedra, abriendo la formación en abanico y echando a los Grendlings de encima.

– ¡Prepárate! –gritó Severus a Harry, que dudó apenas un segundo antes de lanzarse en picado hacia el suelo al ver un espacio despejado junto a la piedra. Una docena de hombres le siguieron desde el cielo, con las espadas y escudos preparados para impedir que ningún Grendling llegara hasta Harry cuando éste pudo, por fin, poner pie en el terreno helado. Se tomó un instante para liberar a Cornamenta de su voluntad, dejando al Patronus lidiar con su última orden de rodear en círculos la batalla, antes de volverse hacia la inmensa piedra. Firmemente plantado en el suelo, Harry dirigió su varita hacia ella, consciente sólo a medias de los hombres que luchaban en torno a él.

– ¡Wingardium Leviosa! –gritó, y la inmensa piedra pareció cobrar vida. Los zarcillos y runas grabados en su superficie ardieron repentinamente, mientras su soporte se elevaba obedientemente en el aire. Esta vez, no obstante, Harry sintió su enorme peso y se tambaleó a causa de la sensación. A diferencia de la otra piedra que había elevado, ésta parecía extraña, vinculada a la Tierra de alguna forma... y la Tierra no deseaba soltarla.

Pero Harry se concentró con el corazón acelerado, y canalizó todas sus fuerzas en aquel peso, ordenándole que se moviera, rogando a la Tierra que la dejara ir. E increíblemente, la piedra obedeció, flotando silenciosamente en el aire hacia el enorme Pozo de la Desesperación que ahora estaba cubierto por una nube de Dementores a los que estaban forzando a entrar en él.

A cado paso que daba Harry sobre el suelo cubierto ahora de sangre, sus pies se hundían en terreno helado, como si él mismo se hubiese tornado inconcebiblemente pesado. Le dolía el cuerpo a causa de la carga de la piedra, pero su mano no tembló, su magia no desfalleció... ni siquiera cuando un chorro de líquido rojo le dio de lleno, procedente de los guerreros y Grendlings que luchaba a su alrededor.

En dos ocasiones oscuras siluetas se cernieron sobre él, para ser alejadas por grandes escudos de metal que le protegían justo a tiempo. Sus piernas temblaban, sus pies dejaban hondas huellas en el suelo a medida que daba cada uno de los dolorosos pasos que le conducían al Pozo. Lejos de él podía ver el Lobo y el Perro plateados acelerando en un círculo en torno a la abertura del Pozo, las llamas del Fénix conduciendo al último de los Dementores de vuelta a la Tierra. Era como si el propio aire estuviese lleno de los aullidos de los condenados. Cada paso que avanzaba hacía que el toque helado de la desesperación se aguzara en el alma de Harry.

– ¡Los Wyrms! –Gritó alguien– ¡Vienen los Wyrms! –y Harry escuchó un lejano sonido de siseos que le resultaba vagamente familiar...

– ¡Sigue adelante, Harry! –Le gritó otra voz, Sirius quizás– ¡Ya casi está!

Y Harry se obligó a empujar, a forzar a la piedra a hacer su voluntad, a sus piernas a moverse pese al terrible peso que ahora parecía aplastarle. Sólo fue vagamente consciente de que algo había cambiado en la batalla, que había algo distinto en los gritos que lanzaban los hombres mientras un nuevo horror se les tiraba encima. Harry ni siquiera podía apartar la mirada de la piedra mientras el último de los Dementores desaparecía tierra adentro.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora