Capítulo 15: Modales

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Tras aquel fin de semana repleto de emociones, Harry estuvo de lo más agradecido de que la semana fuese aburrida. La luna llena cayó en viernes, y ese día Sirius y Remus estuvieron fuera del castillo, tras comunicar a Harry que probablemente no volverían hasta el domingo. Snape había preparado la Matalobos para Remus, pero de todas formas éste solía estar agotado por la transformación y planeaba quedarse durmiendo la mayor parte del sábado. Sirius iba a quedarse con él, aunque había confesado a Harry que su cortejo no parecía avanzar. Remus trataba sus flirteos como bromas.

La cena en el gran comedor del viernes noche fue particularmente movida debido a que muchos alumnos de séptimo de Gryffindor y Hufflepuff habían logrado comprar algunas de las últimas novedades de los Gemelos Weasley y se dedicaron a torturar a los Slytherin y Ravenclaws. Algunos alumnos tenían cabello rosa y orejas de conejo, para gran diversión del resto. Harry, sabiendo a lo que se atenía, procuró no aproximarse a los bromistas.

– ¿Sabes ya qué te vas a poner? –le preguntó Hermione cuando se sentaron a la mesa a disfrutar de la cena. Neville y Dean alzaron la vista y miraron a Harry con curiosidad.

– ¿Llevar, cuándo? –inquirió Dean.

–El pobre Harry tiene una cena con la familia de Snape mañana por la noche –les informó Ron con una mueca de disgusto– ¿Os imagináis una casa llena de Snapes?

– ¡Oh, Harry! –Neville abrió mucho los ojos– ¡Una cena de magos formal, con los Snape para colmo!

Harry miró al cielo.

–No puede ser tan malo –protestó– Snape dice que su familia no se le parece en nada.

–De todas formas –Neville se estremeció– yo no soporto las cenas formales. A mi abuela le gusta montarlas, pero yo siempre me pongo demasiado nervioso y no pruebo bocado al final.

– ¿Demasiado nervioso? –Harry frunció el ceño, preguntándose si había algo que Snape no le hubiese dicho. Cenas de magos formales. Ni había pensado en ello, en que fuesen formales. Miró a su plato, recordando repentinamente la ocasión en que había cometido el error de perturbar a su tía antes de una las cenas de gala. Debía haber tenido seis o siete años y sentía gran curiosidad por los aspavientos de su tía respecto a los preparativos de la mesa. Había salido de la alacena para mirar y había visto la vajilla buena de porcelana, que tía Petunia siempre mantenía guardada bajo llave. Recordaba vagamente que había más de una copa de cristal fino, y más de un tenedor por persona. La plata había parecido tan hermosa que había alargado la mano para agarrar una cuchara y contemplar los motivos inscritos en los relucientes mangos.

Petunia le había visto entonces y había chillado rabiosa, le había agarrado de la muñeca y le había arrastrado, gritándole todo tipo de insultos. Le metió en la cocina para castigarle por atreverse a tocar sus cosas. Incluso ahora recordaba a la perfección cómo le había colocado sobre la pica para rociar su mano con agua hirviendo de la tetera. Estaba sollozando de dolor cuando le había devuelto a la alacena, amenazándole con que como hiciera un solo ruido, un solo intento de espiarles durante la cena, se pasaría una semana entera sin oler la comida siquiera.

Se pasó la noche apretando su mano escaldada contra el pecho, mordiéndose el labio para acallar sus propios quejidos, y había escuchado el tintineo de la más delicada porcelana acompañado de la risa de los invitados. Ésa había sido su única experiencia con ningún tipo de comida formal.

– ¿Cómo son? –preguntó Harry, repentinamente receloso al darse cuenta de que no tenía la más mínima idea de cómo comportarse en una cena de gala. Sabía que tenía modales correctos: la señora Weasley se lo había dicho a menudo, pero dudaba de que las comidas en las que había estado en la Madriguera pudiesen ser consideradas formales en modo alguno. Los gemelos habitualmente se pasaban el tiempo lanzando comida a través del comedor con una cuchara.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora