CAPÍTULO 3. RECUERDO

152 1 0
                                    

Me desperté con un dolor de cabeza horrible, no recordaba cómo había llegado a casa y mucho menos cómo me había desnudado, ya que estaba totalmente desnuda en la cama. Intenté ir hacia el baño pero no podía, mis pies no respondían a mi cabeza, no me podía ni mover. ¿Qué coño bebí anoche?, pensé. Mientras me juraba a mi misma no volver a beber sonó el teléfono con un ruido espantoso que hacía que me martilleara la cabeza. Rodé por la cama hasta llegar a la mesita para cogerlo.

-       Buenos días, tía ¿Qué tal lo pasaste ayer? Siento no poder haber ido – era Vero, mi mejor amiga.

-       Despacio, calla, que me duele la cabeza. ¿Qué hora es? – Vero tenía la costumbre de hablar mucho y muy rápido.

-       Son las dos de la tarde. Bueno, cuéntame, ¿qué tal ayer? ¿quién fue? ¿lloraste mucho?... 

-       Por favor, de una en una, Vero, estoy convaleciente. – demasiadas preguntas para procesar con la brutal resaca que tenía – ayer fue bien, había mucha gente, lloré mucho y sí, había mucho tequila, no puedo con el dolor de cabeza que tengo.

-       JAJAJAJAJA – se rió y yo me aparté el teléfono de la oreja, por favor un poco de consideración con mi persona, que estaba mala.

-       Vero, luego hablamos, no soy ni medio persona, un beso. – colgué sin dejarla despedirse, ella lo entendería, por algo era mi mejor amiga.

Me arrastré como pude al baño y me horroricé cuando me vi en el espejo, tenía todo el maquillaje corrido y el pelo enredadísimo.

-       Menuda cogorza la de anoche – susurré para mí misma.

Me duché rápidamente e hice lo posible por parecer una persona. Bajé a la cocina y me preparé un café mientras me tomaba un ibuprofeno. Miraba fijamente a la cafetera, era muy lenta y yo necesitaba una dosis de cafeína ya, seguí mirándola haber si conseguía intimidarla y salía el café más rápido pero no, no estaba la cafetera por colaborar con mi resaca. Cuando por fin salió el café me dirigí hacia el patio a ver a mis perras, estaban las tres jugando. En cuanto abrí la puerta las tres corrieron hacia mí y empezaron a dar vueltas a mí alrededor, como las quería, eran mi compañía en mis días más oscuros. Pasé la mañana en el patio jugando con ellas y tomando el sol, el dolor de cabeza ya casi se había ido del todo. Tumbada en la hamaca me puse los auriculares y me puse a escuchar música. Sonaba “me enseñaste a odiar” del grupo mexicano  Camila, mientras yo la tarareaba cuando escuché un ruido detrás de mí. Me giré y ahí estaba mi madre. Ella nunca llamaba, tendría que quitarle las llaves o algún día me llevaría algún susto y ella se asustaría aún más.

-       Hay una cosa que se llama timbre, lo tocas y la dueña de la casa te abre, así es como se entra en casa ajenas – le dije de broma mientras se acercaba a mí.

-       No necesito timbre para entrar en la casa de mi hija. ¿Cómo estás, cariño? – me contestó mientras me daba un beso en la frente.

-       Bien, con un poco de dolor de cabeza, por lo demás, genial – dije poniendo una enorme sonrisa.

-       Normal que te duela, sólo te faltó beberte el agua de los floreros – me regañó – bueno, ¿Qué vas a hacer éstas vacaciones?

-       Supongo que lo de siempre, irme unos días a Valencia a ver a Vero y después a Cádiz.

-       Necesitabas un descanso ya. Últimamente no te veo como tú eres, cariño. Estas muy seria – me dijo mirándome preocupada.

-       No te preocupes, mamá, estoy bien. Es solo cansancio – mentí.

-       Soy tu madre, Malú, sé cuando estás cansada y cuando estás triste – me dijo mientras me acariciaba el pelo.

-       No es nada serio, de verdad, solo una mala racha.

-       ¿Problemas de hombres, de uno en particular? – a veces pienso que mi madre es bruja.

-       Nada que no tenga solución, de verdad. No quiero hablar de esto, mamá.

-       Vale, cariño. ¿Sabes qué José tiene novia?

-       ¿En serio?¿Sabes quién es?

Y así pasamos el resto de la tarde, cotilleando sobre la vida de mi hermano. Mi madre no volvió a insistir más con el tema de mi tristeza, si se enterase de que estoy perdidamente enamorada de un hombre casado me crucificaría, no lo aceptaría y me regañaría como a una niña pequeña pero el amor es algo que no se puede evitar, si por mí fuera jamás me habría enamorado de él pero mi corazón es el que mandaba.

Preparamos una ensalada y cenamos las dos charlando. Después de ayudarme a poner el lavavajillas mi madre se fue a casa y yo me quedé sola con mis pensamientos, con mis sentimientos. Esos sentimientos que me estaban consumiendo. A las doce decidí subir a mi habitación y acostarme, llevaba un vaso de agua en la mano cuando de repente recordé algo de la noche anterior, no podía ser. Se me cayó el vaso al suelo y se hizo mil pedacitos, igual que mi corazón. ¿De verdad había besado a David? No me lo podía creer, no podía haber sido tan estúpida. Soy María Lucía Sánchez Benítez, jamás cometo un error así. Me quise morir en ese mismo instante, lo recordaba todo cada vez más claro. Después de no encontrar mi estúpido coche se ofreció a llevarme y sí, sí lo besé y después de besarlo vomité en su coche y salí sin mirarlo.

                -¡Joder, Malú! ¿Qué coño has hecho? – grité sola en casa. Grité tan alto que hasta las perras me escucharon y ladraron.

Recogí los pedacitos de vaso mientras me chillaba a mí misma, sentía muchísima rabia. Por una parte por haber sido tan estúpida como para besarlo y por otra, por ni siquiera recordar el que pudo ser el mejor beso de mi vida.

                -¡joder, que daño! – grité. Me había cortado con un cristal del vaso – Esto es lo que me faltaba.

Bajé a la cocina, tiré los restos del vaso y metí el dedo que me había cortado debajo del grifo del fregadero. No era profundo, con una tirita bastaría. Me puse la tirita y di vueltas en la cocina como una loca diciéndome imbécil a mí misma. ¿Y ahora qué hago, cómo lo vuelvo a mirar a la cara? Y encima le vomité el coche, pensaba.

Mientras soltaba una retahíla de insultos sonó el móvil, el sonido que me indicaba que tenía un WhatsApp.

“Tenemos que hablar, mañana a las 9 en la cafetería de siempre. No llegues tarde.”

Sin más, ese era el mensaje de David, joder, joder, que lío. Contesté con un simple “vale” ¿Qué más podía decir? Había sido una irresponsable y pagaría las consecuencias.

Intenté calmarme de todas las formas posibles, al final decidí que lo hecho estaba hecho y subí a la cama. No pude pegar ojo en toda la noche pensando en lo que me esperaba el día siguiente.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora