CAPÍTULO 22. DESHAZTE DE MÍ

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-       ¿Está David? – preguntó Mónica con lágrimas en los ojos – Me han dicho en la discográfica que estaría aquí, que estáis liados… - hizo una pausa para tomar aire y yo me quede sin respiración. Había dicho liados – con los últimos detalles del concierto. – Volví a respirar.

-       Sí, sí. Entra – dije apartándome para dejarla pasar - ¿Estás bien, Mónica?

-       No… - Y me abrazó. No supe que hacer pero finalmente levanté mis brazos y la rodeé. Ella lloraba en mi hombro.

-       Malú, ¿vas a echar la noche para pagar la cena? – apareció de espaldas a Mónica y se quedo helado al vernos abrazadas. - ¿Mónica, qué pasa? – se acercó rápidamente y la giró para mirarla a la cara. En sus ojos se veía una fuerte preocupación. Era normal pero aún así me dolió. Ella le abrazó.

-       David… - intentó continuar pero no pudo. Las lágrimas la ahogaban.

-       Amor, ¿qué ha pasado? – ese “amor” llegó como una puñalada directa a mi corazón.

-       Mi madre… está muy mal. Está en la UCI. – David la abrazaba como si temiera que Mónica se cayera en mil pedacitos.

-       ¿Por qué no me has llamado? – le preguntó.

-       Llevo dos horas haciéndolo, David, pero no cogías el teléfono. Está apagado.

-       Se debe haber quedado sin batería – contestó él. Mentira. Lo había apagado para que nadie nos molestase.

David la condujo hacia el salón sin dejar de abrazarla. Yo caminaba detrás atónita. Se sentó en el sofá y ella se sentó encima. Un ramalazo de celos inundó mi alma. Miré hacia otro lado y fui a la cocina para traerle un vaso de agua a Mónica. La situación me estaba superando y luchaba por mantener mis ojos secos. Volví al salón y los vi. David la acunaba como si de un bebé se tratase. Le acariciaba el pelo.

-       Toma, Mónica. Te vendrá bien – le tendí el vaso y ella me lo agradeció con una leve sonrisa.

-       Siento molestaros, pero no sabía qué hacer – dijo mirándome – te necesito, mi amor – le dijo a él. Menos mal que lo miraba a él porque no pude disimular mi dolor ante esas palabras.

-       Ve al baño, lávate la cara y nos vamos, Mónica – Mónica me miró como pidiéndome permiso. Le señalé la puerta del baño y ella fue.

Cuando cerró la puerta tras de sí, David se levantó y cogiéndome de la cintura me levantó la cara poniendo su dedo en mi barbilla.

-       Lo siento, mi amor. Debo ir – dijo apenado.

-       Lo sé – sus ojos me pedían un perdón que yo no sabía si estaba dispuesta a dar.

-       ¿Lo entiendes? – me preguntó en un suspiro.

-       Sí. Es tu mujer, tu suegra y tu hijo. Son tu familia y te necesitan. Yo solo soy la otra… - Lo último salió acompañado de una lágrima y una mirada al suelo.

-       Mírame, Malú – me volvió a levantar la cara y me limpió las lágrimas con sus labios – eres la única a la que quiero. - Intentó darme un beso pero yo giré la cara. No podía besarle en ese momento. Me sentía utilizada.

-       ¿Me has hecho la cobra? – preguntó alzando las cejas.

-       Tu mujer puede salir en cualquier momento – dije alejándome. Quizás puse demasiada rabia en “tu mujer” porque David me miró dolido y se alejó.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora