CAPÍTULO 10. DESAPARECER

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Llegaba tarde, otra vez. Había quedado con Lucía hacía cinco minutos e iba tarde. Me iba a matar. La conversación con mi madre me había entretenido. Estaba mal, como siempre. Mi “padre” seguía haciendo de las suyas. Yo ya no podía hacer nada, estaba cansado de luchar por mi madre cuando ella misma no lo hacía. Llevaba años intentando ayudarla y siempre volvía a caer en sus brazos. Por eso decidí venirme a España, deseaba y necesitaba alejarme de mi familia. Cada vez que discutían mi madre me llamaba llorando porque no podía más. Le dejaba, me hacía pasar la noche con ella consolándola y al día siguiente volvía con él. Quedaba yo como el malo de la película y el niño mimado que solo quería a su mamá para él. Estaba muy cansado de la situación. Dejé mi vida atrás, mi hermana, mi prometida y mi trabajo en la empresa y salí huyendo. Podría considerarse cobarde pero necesitaba un cambio. Ya no aguantaba más. El cambio por ahora iba perfectamente, gracias a Lucía. Empezamos con mal pie por culpa de mi humor pero la chica había conseguido hacerme olvidar todos los problemas.

Sonreí al pensar que había conseguido mi objetivo del día, la había hecho reír, aún cuando me había cabreado como nadie lo había hecho al mojarme. Estaba muy mal de la cabeza y su locura me arrastraba. La idea de la fuente me pareció un horror al principio pero la verdad era que había sido un momento muy bonito. Su sonrisa me había dejado noqueado, era perfecta. Sus ojos solo se habían entristecido escuchando la guitarra de Paco de Lucía sonaba en nuestros oídos. Nuestra conversación sobre música me había encantado, Lucía sabía muchísimo de música y se notaba que era su pasión, hablaba con devoción de ella. Dijo mil palabras que yo no entendí, algo así como tono, color, tesitura y un largo etcétera. No la entendía pero su voz me tranquilizaba y me gustaba ver como demostraba esa pasión que tenía dentro.

Estaba nervioso, estaba apenas a dos metros de su hotel. Jamás una chica, una completa desconocida me había puesto así de nervioso. En apenas unas horas había hecho más locuras y me había reído más que en mis cuatro años de relación con mi prometida. Bueno, ex prometida ya. A mi mente venía una y otra vez Lucía con mi bañador y mi camiseta, casi se muere de la vergüenza cuando se bajó del coche para entrar al hotel así. Ella decía que iba horrible pero era mentira, ella nunca podría estar horrible.

No tenía ni idea de qué tenía planeado pues había insistido en cenar en un sitio íntimo, solos. Sin gente que nos pudiera distraer y había prometido organizarlo todo ella. ¿Qué sería capaz de organizar en apenas dos horas? Se me ocurrían muchas cosas y con lo poco que la conocía, ya sabía que no todas sus ideas me gustarían. No se le pasaba nada bueno por la cabeza.

Llegué a la puerta del hotel y me miré en una cristalera. Me retoqué mi pelo negro, tenía falta de cortármelo pero me gustaba como me quedaba. Lo llevaba casi rozando mis hombros. Me había puesto unos chinos negros y una camisa azul celeste. Mis ojos brillaban de emoción, estaba muy intrigado. Sonreí a mi reflejo para darme ánimos y crucé la puerta, entrando a recepción.

Miré por todos lados, no estaba ni en la pequeña sala de sillones ni saliendo del ascensor. Probablemente quería hacerme pagar mi retraso con la misma moneda. Decidí sentarme en un sillón y esperarla. En ese momento me di cuenta de que no habíamos intercambiado números de teléfono y que no tenía ninguna forma de localizarla. Me estaba inquietando, habían pasado quince minutos desde mi llegada y Lucía no aparecía. ¿Estaría bien?

-       Perdona, ¿me puede decir el número de habitación de una persona? –pregunté al recepcionista.

-       Sí, claro, dígame su nombre – me contesto el joven chico, no tendría más de veinte años.

-       Se llama Lucía.

-       Lucía ¿Qué más? – preguntó.

-       No lo sé, es una chica bajita con el pelo medio rizado y muy guapa – dije avergonzado. No sabía nada de ella. El chico debía pensar que era un acosador o algo.

-       Lo siento, señor. No puedo hacer nada por usted. Si no me dice sus apellidos no puedo decirle en qué habitación se encuentra.

-       Verá, es que nos hemos conocido hoy y hemos quedado para cenar pero se está retrasando y solo quiero saber si está bien – el chico me miraba extrañado, intenté darle pena pero no hubo manera de sacarle el número de habitación.

Volví a mi sitio y seguí esperando. Eran casi las once de la noche cuando me di cuenta de que no se iba a presentar. No lo pude entender. El día había sido perfecto. ¿Qué había cambiado? Salí a la calle triste y me encaminé hacia mi hotel. Me había dejado plantado y no tenía forma alguna de localizarla.

-       ¡Seth! – escuché a mi espalda cuando estaba a punto de doblar la esquina. Me giré y la vi. Venía corriendo y parecía alterada. Tenía aún arena en el pelo. No se había duchado – perdóname, me ha surgido algo y esta noche no puedo ir a cenar contigo. – Dijo cuando llegó frente a mí. Se la veía muy triste.

-       ¿Estás bien? –pregunté preocupado. No parecía estarlo. Tenía los ojos rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando. - ¿Ha pasado algo malo?

-       No, no es nada. Sólo es un pequeño contratiempo – intentó sonreír pero su sonrisa no llegó a los ojos.

-       No parece algo pequeño – dije.

-       No te preocupes, de verdad – no me miraba a los ojos.

-       Lucía, mírame – levanté su barbilla con mi mano y la dejé ahí mientras la miraba a los ojos. – Si necesitas desahogarte dímelo. No se me da nada mal escuchar. Y sé que es algo, tienes los ojos muy tristes. – Una lágrima descendió por su mejilla hasta que la paré con mi dedo.

-       Te prometo que te lo contaré, pero ahora no puedo, tengo que volver a solucionarlo.

-       Toma mi número de teléfono y cuando lo necesites me llamas o algo  - le di una tarjeta de la empresa en la que figuraba mi número personal.

-       Qué nivelazo, con tarjeta y todo – dijo alzando las cejas.

-       Úsalo si lo necesitas – le di un pequeño beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Aún olía a sal y arena, a playa.

-       Lo haré. Muchas gracias

Nos miramos por última vez y cada uno siguió su camino. Ella de vuelta a su hotel y yo al mío. Solos. Y tristes. Ella por su problema y yo por verla así.

Esa noche no pude dormir, me pasé las horas mirando mi teléfono. Esperaba un mensaje, una llamada, algo de Lucía. Pero no llegó nada. Esa fue la última noche que supe de ella, no llamó y al día siguiente cuando fui al hotel el chico de recepción me dijo que no había ninguna Lucía en el hotel, simplemente había desaparecido.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora