CAPÍTULO 6. LA PLAYA

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Aparqué el coche en la puerta de la casa de mi amiga Vero, su hija estaba asomada a la ventana esperando mi llegada y en cuanto me vio bajarme del coche salió por la puerta corriendo.

-       ¡TATAAAAA! – venía corriendo hacia mí. Chocó conmigo y casi me tira de culo, me costó mantener el equilibrio.

-       Hola, mi niña – dije cogiéndola en brazos y comiéndomela a besos. Como la echaba de menos.

-       Lucía, te tengo dicho que no salgas así, podría haber pasado algún coche – Vero venía hacia nosotras regañándole a la niña, jamás cambiaría. Me sentía en mi casa.

-       Es la emoción de ver a la tata, mamá – dijo la niña poniendo cara de angelito – lo siento.

Vero no dijo nada, simplemente se acercó y me abrazó, sabía que era lo que necesitaba aunque no sabía el porqué. Dejé a la niña en el suelo y nos encaminamos a la casa. La niña iba dando saltos a mí alrededor, acosándome a preguntas. Yo contestaba todo lo que podía, no me dejaba terminar de contestar una pregunta cuando ya estaba haciendo otra. ¡Cómo la quería! Me dolía en el alma no poder verla crecer y estar a su lado por mi trabajo pero algún día lo entendería.

-       ¿Cómo ha ido el viaje?, ¿cómo estás?, ¿qué es lo que me tienes que contar? – Vero me preguntó todo de golpe cuando nos sentamos en el sillón con una cerveza, ya sabía de dónde había sacado la niña sus interrogatorios.

-       Estoy bien, más o menos – dije encogiéndome de hombros y torciendo el gesto. No quería hablar esas cosas delante de la niña.

-       Un más o menos no vale, voy a llevar a Lucía a su habitación a jugar y hablamos tranquilas. – me dijo mientras cogía a la niña y se la llevaba.

La niña no paraba de protestar, no se quería ir, quería estar con su madrina. Yo le prometí que en cuanto terminara de hablar con mamá subiría a jugar con ella. Vero bajó rápidamente y se sentó a mi lado.

-       Venga, cuenta – me dijo mientras me acariciaba la mano.

-       La he cagado, Vero – dije avergonzada – me da vergüenza contarlo. No sé por dónde empezar.

-       Pues así no me entero de nada, será mejor que empieces desde el principio. – Me dio un apretón en la mano para darme ánimos.

Se lo conté todo, desde el beso de la fiesta hasta lo ocurrido la noche pasada. A veces el llanto no me dejaba continuar con mi relato. En esos momentos Vero me abrazaba y me calmaba hasta que podía continuar. No me guardé nada, llevaba demasiado tiempo ocultando lo que sentía.

-       Soy idiota, Vero – dije entre lágrimas – no sólo me he enamorado de un hombre casado sino que además, estuve a punto de acostarme con él, de dejar que engañara a su mujer conmigo.

-       Menos mal que te llamé – dijo Vero – no sé en qué coño estabas pensando, Malú. ¿Tú te acuerdas de lo que sentiste cuando te enteraste de que Marcos te engañaba? ¿De verdad quieres hacerle pasar eso a otra mujer? – si algo admiraba de Vero era eso, su sinceridad. Su forma de regañarme y no ponerse de mi lado solo por el hecho de ser mi amiga. Me hacía ver las cosas tal y como eran, no como yo quería verlas.

-       Claro que me acuerdo, Vero. Pero no es lo mismo, nosotros teníamos una relación que funcionaba. La de ellos no funciona – dije intentando defenderme.

-       Eso es lo que él dice, nena, no puedes fiarte – me contestó – Él quiere algo contigo, te va a vender la luna si así consigue meterse en tu cama.

-       Ya… - el comentario de Vero me dolió pero sabía que tenía razón – No sé cómo afrontar esto.

-       Malú – dijo mirándome seria a los ojos – no puedes meterte en medio de un matrimonio. ¿Y si no deja a su mujer? Quedarías tú como la mala cuando en realidad el capullo es él. Y encima, lo pasarías muy mal.

-       ¿Y si la deja? – pregunté con los ojos anegados de lágrimas.

-       Que lo haga primero y entonces podrías tener una oportunidad.

-       Muchas gracias, Vero, necesitaba esto de verdad – dije abrazándola.

La conversación con Vero me vino muy bien, como siempre. Después de hablar con ella me lavé la cara y subí a la habitación de la niña. La encontré sentada en el suelo jugando a pintar sus muñecas.

-       ¡Tataaa, has subido! – dijo con una sonrisa enorme. Le devolví la sonrisa. Esta niña era capaz de sacarme sonrisas cuando peor estaba. - ¿Me dejas que te pinte?

-       No – contesté horrorizada – ya me pinto yo solita. Tú pinta a las muñecas.

-       Anda, por favor – me suplicó poniendo ojos de cordero degollado. Evité su mirada, así me convencería en dos segundos – por favor tata, que mamá no me deja nunca maquillarla y mira que bien maquillo – me dijo mientras me enseñaba una muñeca con los ojos pintados fucsia y unos coloretes rojos horribles. Parecía la muñeca diabólica.

-       Bueno pero con rosa no, por favor – al final cedí, como siempre.

Vero nos encontró a la niña y a mí maquilladas sentadas en el suelo, me había puesto perdida de polvos y llevaba los ojos pintados azules, bueno, los ojos y media cara. Esta niña no hacía nada a medias, me había pintado la cara, las uñas de las manos y las de los pies.

-       Vamos a comer, chicas. Por cierto, Malú, vas guapísima – no podía contener las carcajadas, algo muy normal.

-       ¿A que sí, mamá? – preguntó la niña orgullosa.

-       Os mataré a las dos – prometí.

Comimos pollo frito con patatas las tres solas, el marido de Vero no vendría hasta la tarde. Y menos mal, mejor que no me viera así o tendríamos cachondeo para años. Tras la comida la niña se acostó a dormir un rato y yo le conté mi decisión a Vero. Le costó aceptar que no dormiría allí pero pronto comprendió que necesitaba estar sola y pensar. Le di un abrazo y me fui hacia el hotel. Un pequeño hotel de Valencia muy reservado, no quería que me conocieran y me pararan cada dos minutos. Siempre me ha gustado hacerme fotos con mis seguidores y conocerlos pero necesitaba un poco de paz, algo de tiempo para mí.

Entré a la habitación del hotel y me quedé sorprendida. Para ser un hotel barato y con 'poca fama era muy bonito, tenía una gran cama con un edredón blanco y negro. En realidad, todo era blanco y negro, las cortinas, las alfombras, el sofá… Me reí como una niña, todo muy adecuado para mí, que vivía entre blancos y negros.

Después de darme una ducha me puse mi bikini favorito, negro con detalles en azul y morado. Fui a la playa caminando, cargada con mi toalla y con las gafas de sol puestas para evitar que me reconocieran. La playa estaba tranquila, solo había un par de familias con los niños y los abuelos y una pareja escondidos detrás de una roca, a saber que estarían haciendo. Estiré mi toalla y me tumbé a tomar el sol mientras escuchaba la música que salía de mi ipod. Al poco, me quedé dormida.

Cuando me desperté me dolía todo el cuerpo, me había achicharrado de arriba abajo, toda. Estaba oscureciendo. Miré hacia todos lados, ya solo quedaba un chico que paseaba por la orilla. Estaba de espaldas a mí, le hice un repaso y saqué una conclusión, de espaldas estaba muy, muy bien. Cuando el chico se giró no pude evitar abrir la boca por la sorpresa. ¿Qué hacía él aquí?

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora