CAPÍTULO 17. Y MÁS CELOS...

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-       Baja con cuidado, cielo – me dijo David mientras me ayudaba a bajar del coche. Por fin estaba en casa. Al final pasé casi una semana ingresada.

-       Eso intento – contesté agarrándome a él para no caerme. Me seguía doliendo todo.

Parecía una abuela, el labio ya estaba curado pero la clavícula seguía rota. Me habían puesto un aparato cruzado en la espalda para sujetarla. Aunque me habían dado el alta me habían recomendado un mes de baja que no me quedo más remedio que aceptar.  Subí los escalones apoyada en David y entramos juntos en mi casa. Inmediatamente mis perras y mi gato vinieron corriendo hacia mí. David se puso en medio para que no me tocasen y me hiciesen daño. Danka le ladró e intentó apartarlo pero David me protegía de ellas. Yo me reía viendo la escena. Se le veía agobiado.

-       Bichos, fuera. Que la jefa tiene pupa – les decía mientras hacía lo posible por alejarlos.

-       No los llames, bichos. Me pasé días pensando sus nombres para que los llames así. – dije indignada.

Al final las dejó acercarse sin que me tocaran y cuando las saludé volvieron corriendo al jardín. Me miré en el espejo de la entrada y casi no me reconocí. Mi cara parecía una paleta de colores. Había de todo: morado, azul, verde, amarillo… Estaba horrible.

-       No sé cómo puedes mirarme, David. Estoy horrible.

-       Tú nunca podrías estar horrible, cariño – me dijo apartándome el pelo de la cara dulcemente.

Nos besamos y nuestras lenguas bailaron en la boca del otro. Se extrañaban, llevaban mucho tiempo sin jugar juntas. Alcé mi brazo sano para acariciarle la cara mientras él me cogía de la cintura. No quería parar de besarlo y tocarlo pero todo lo bueno acaba.

-       Para, o no podré parar, nena – me dijo apartándose, sus ojos delataban el deseo.

-       No lo hagas, no hace falta parar – me mordí el labio.

-       No me provoques, Malú. Estás malita. Vamos a estar a dieta una temporada – dijo con cara de pena.

Me acomodé en el sofá y él se acomodó a mi lado. Cogió mi mano y acarició mi tatuaje. Me hacía cosquillas. Encendió la tv y lo primero que apareció fue mi cara. Era noticia en todos lados. Unos hablaban de mi “accidente” y otros de mi supuesta relación con Lucas, para ellos, un chico misterioso que me había robado el corazón y que era el motivo de mis sonrisas. Me indignaban esas cosas. David parecía incómodo con el programa en el que estaban pasando la foto del “beso” con Lucas, le apreté la mano y él cambió de canal.

Otra vez mi cara, en ese momento hablaban de mi caída. Al parecer la historia que le conté a mi madre era la oficial. Buscando set para las fotos me caí. Mejor que fuese así y no especulasen. David cambió de canal hasta que se cansó de no ver nada y decidió poner una película. Por supuesto, fue mi favorita. Dirty Dancing. Recordé la noche que la vi sola en casa. Aquella noche deseé tener una historia como la de los protagonistas pero ya no tenía envidia. Mi historia con David era aún más bonita.

-       ¿Qué piensas, cielo? – me preguntó mirándome con su incansable sonrisa.

-       Que me encanta que estés aquí conmigo. Que cuides así de mí. – me dio un rápido beso.

-       A mí también me encanta, pero me gustaría más si estuvieses sana, ya me entiendes.

-       A mí también me gustaría más, pero es lo que hay chaval. Soy un desastre.

-       Un desastre perfecto – susurró en mi oído. No pude evitar temblar. Con tres simples palabras ponía mi mundo boca abajo. Un te quiero se quedó atascado en mi garganta. Me daba miedo decírselo. Miedo por si se asustaba y huía. Por ahora callada estaba más guapa.

David preparó una comida riquísima. Bueno en ese momento puede que cualquier comida que llevara sal me pareciera riquísima. Había pasado muchos días comiendo sin sal y porquería del hospital. Comimos mientras hablábamos de todo. Tomamos un café y volvimos al sofá, donde abrazados nos quedamos dormidos. Era la primera vez que dormía con él y deseé que cada vez que durmiese él estuviera ahí, conmigo.

Lucas llamó esa tarde para preguntar por mí. El pobre me quería matar, ya se había enterado de lo que había hecho en el bar. Flipó con las fotos nuestras que salieron y me contó que los paparazis lo acosaban. Yo por ahora, convaleciente, me libraba pero en cuanto me recuperase tendría que afrontarlo. Estuve un buen rato hablando con él, hasta que me di cuenta que David me miraba mal. Me despedí de él y colgué.

-       ¿Qué te pasa a ti? – pregunté.

-       Nada – contestó seco.

-       Ya, nada, por eso tienes esa cara de amargado.

-       No es nada.

-       ¿Estás celoso? ¿Te molesta que hable con él? – no pensaba dejarlo salirse con la suya. No contestó, sólo miró al suelo. Esa era la respuesta que necesitaba. – Fuera de mi casa, cuando se te pase la gilipollez que te haya dado vuelves. No quiero discutir por algo que hemos hablado mil veces. Te he jurado por activa y por pasiva que no hay nada entre nosotros. – lo único que no le había dicho era que Lucas era gay pero no pensaba decírselo. Le prometí a Lucas no decir nada y no lo haría.

-       Malú, es que…

-       Es que, nada, fuera – le interrumpí furiosa señalándole la puerta. Lo que menos me apetecía en ese momento era volver a discutir por una estúpida foto.

-       No te puedo dejar sola – dijo.

-       Sí, sí puedes. Y lo harás. No quiero saber nada de ti hasta que confíes en mí. – Estaba decidida. O confiaba o mal íbamos.

-       Confió en ti.

-       Sabes que no es verdad, mira como te has puesto con una simple llamada. -  mi cabreo aumentaba por segundos.

-       ¿Y tú has visto la sonrisa de idiota que se pone cuando hablas con él? – me dijo gritando.

-       ¿Perdón? Joder, David. Que es un amigo. no pienso a volver a explicarme por algo que ni he hecho ni siento ni es nada de nada. Y por favor, ahora vete.

No dijo nada más, cogió su chaqueta y se fue dando un portazo. Genial. Otra pelea. Estaba furiosa. ¿Cómo podía pensar algo así? ¿Qué se me ponía una sonrisa de idiota? ¿Acaso no había visto como sonreía cuando estaba con él? Era un gilipollas. Cada vez más.  Intenté tranquilizarme y subí a mi habitación. Necesitaba mi cama. Me puse el ipod en modo aleatorio y esperé a que mi ánimo se calmase. Pasé dos horas escuchando música y pensando hasta que el sonido de un WhatsApp me trajo de vuelta al mundo.

“Lo siento, no volverá a pasar. ¿Me perdonas?“(carita triste)

“No quiero discutir por estas gilipolleces, David.”

“Ni yo. ¿Soy un gilipollas?

“No… eres un auténtico gilipollas”

“jajaja, lo admito. ¿Me perdonas?

“Te perdono. Pero la próxima no lo haré chato” – ya estaba sonriendo. Qué fácil se lo ponía. Me convencía muy rápido. Por verlo sonreír haría cualquier cosa. – “¿Vienes a dormir?”

Su respuesta tardó en llegar pero al final lo hizo. Abrí el WhatsApp esperanzada:

No puedo, cielo. Mónica me ha llamado y debo ir.”

Mi sonrisa se borró automáticamente. Lo entendía pero eso no significaba que no doliera. Estaba anteponiendo su mujer a mí.

Tranquilo, no pasa nada. Mañana hablamos.” – hasta en ese simple mensaje se notaba mi dolor pero el pareció no entenderlo, o no quiso entenderlo. Prometió traer el desayuno para la mañana siguiente y yo acepté. La historia cada vez era más complicada. Cené una ensalada sola y triste y me fui a la cama.

Metida entre las sábanas miré twitter. Pobrecita mi familia, estaban ansiosos por saber de mí y me pedían que diera señales de vida. Puse un tuit. En ese momento se me ocurrió una idea genial. Sólo esperaba que David la aceptase y les daría una sorpresa a mis maluleros.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora