CAPÍTULO 5. FUERA DE CONTROL

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Sí, me besó y no yo sabía que hacer, no lo entendía. Intenté resistirme pero al final me di por vencida. Sus labios atacaban los míos, alcé mis brazos y le rodeé el cuello. Me besaba con furia, tenía una guerra entre cerebro y corazón, el primero me decía para y, el segundo, corría desbocado al encuentro de David. A la vez, nuestras lenguas libraban su particular batalla, luchando por el poder, enredándose, bailando al mismo son. Perdí el control, sentía electricidad en la cintura, donde él tenía sus manos aprisionándome. Me alzó y yo rodeé su cintura con mis piernas, se movió hasta me apoyé en la pared. Sentía el frío de la pare y el calor de su cuero, era hielo y fuego, como nosotros. Una combinación perfecta. Me mordió el labio y su boca bajo hasta mi cuello, lo besó y pasó la nariz por el, llenándose de mi aroma. Sentí un escalofrío recorrerme entera. Mi cuerpo pedía más. Le acaricié sus musculosos hombros mientras él seguía torturando mi cuello. En ese momento sonó mi móvil.

-       No respondas – me pidió con la voz ronca por el deseo.

-       No… -susurré en su oído.

Volvió a mi boca, a seguir con nuestra guerra, que ya no era nada fría. Su mano hizo el recorrido de mi cadera a mi pecho y allí se quedó. Gemí. Me estaba torturando y decidí entrar en su juego, lancé mi cadera hacia su cintura, donde más ansiaba mi contacto. El teléfono volvió a sonar.

-       Tengo que responder, puede ser algo importante – dije acordándome de todos los difuntos de quien fuera.

David no me soltó siguió besándome hasta que le empujé y me dejó en el suelo. Fui hasta el teléfono con David abrazándome por detrás y dándome besos en la nuca y en el cuello. Era mi amiga, Vero. ¡Qué mujer más oportuna!

-       Dime – dije descolgando el teléfono.

-       Uy que sosa estás – si ella supiera.. – Te llamaba porque el otro día me dijiste que me llamarías después y no lo hiciste. ¿No estarías durmiendo no? – David seguía con sus besos.

-       Sí, perdona, se me pasó – dije intentando que no me temblara la voz.- ¿Quieres algo importante o sólo es por hablar?

-       ¿Estás ocupada? – lo cortita que podía llegar a ser mi niña – Es solo para decirte si al final vienes a verme mañana o no.

-       No lo sé, Vero. Mañana te llamo y te digo algo, ¿vale? – contesté deseando quitármela de encima.

-       Vale, tía. Mañana hablamos. Un beso y perdón por interrumpir – dijo soltando una risita.

-       Un beso – colgué y me di la vuelta.

Le di un dulce beso a David en los labios y me aparté. La conversación con Vero me sirvió para volver al mundo real, donde tenía que estar. Estaba mal lo que estábamos haciendo, necesitaba una explicación.

-       No puedo, David. – Le dije.

-       ¿Qué no puedes? – preguntó volviendo a acercarse a mí.

-       Hacer esto, estás casado. ¿Qué pasa con Mónica? – estaba enamorada pero ante todo era mujer y sabía lo que sentía al ser engañada. No podía hacerlo por mucho que quisiera.

-       Si esta mañana me hubieras dejado hablar en vez de huir como una niña sabrías que Mónica y yo tenemos problemas – me dijo mirándome con media sonrisa. Pero bueno, me decía niña y encima se reía.

-       No soy ninguna niña – contesté.

-       Lo sé, con una niña no haría lo que estoy pensando – me dijo con los ojos nublados por el deseo.

-       ¿Nos sentamos y hablamos? – pregunté – no sé tú pero yo necesito sentarme y una copa de vino.

-       Vale – aceptó.

Fui a la cocina a por una botella de vino y dos copas, cuando volví David, estaba sentado en el sofá con la mirada perdida. ¿Qué coño estaba pasando?

-       Bueno, ¿Qué pasa?

-       Malú, esta mañana has sido sincera conmigo y ahora quiero serlo yo. Mi boda con Mónica fue una completa gilipollez. Cuando me rechazaste intenté pasar página, la conocí y me gustó, no lo niego. Pensé estar enamorado y que estando con ella, refugiándome en sus brazos conseguiría olvidarte pero no fue así. Esta mañana tenías razón, levanté un muro. Tú y yo antes éramos amigos y ser solo amigos me mataba, me alejé como un cobarde y no quise enfrentarme a lo que sentía. Cometí el mayor error de mi vida – dijo triste. Yo no tenía palabras, a pesar de todo lo que decía, él seguía estando casado y seguía estando mal.

-       Está mal, David – dije con la poca fuerza de voluntad que me quedaba – no puedes hacerle esto a Mónica, no se lo merece. Nadie se lo merece de hecho.

-       Quiere tener un hijo – me soltó de sopetón. Abrí los ojos todo lo que podía.

-       Y tú no quieres – afirmé dándole un sorbo a mi copa de vino.

-       No

-       Esto debes hablarlo con ella, David.

-       Lo sé, y siento lo de esta noche, no debería haber venido pero no podía aguantar más y menos después de lo que me has dicho esta mañana.

-       Habla con Mónica.

-       Sí, lo haré ¿quieres que te lleve a recoger tu estúpido coche? – me preguntó.

No sabía que decir, si sería demasiado incómodo pero si me quería ir a Valencia al día siguiente debería ir a recogerlo. Al final claudiqué.

Nos subimos en su volvo en silencio. David puso música, para mi sorpresa puso el mi cd de Guerra Fría. Le subió volumen y yo le bajé. Me resultaba demasiado raro escucharme cantar así.

-       ¿Por qué le bajas? – preguntó girándose para mirarme con cara de horror, como si hubiese matado a alguien. Le volvió a subir.

-       No me gusta escucharme, lo sabes – dije sin más. No le podía decir que aparte de sentirme muy rara ese cd me recordaba demasiado a él. Lo volví a bajar.

No le volvió a subir el volumen, siguió conduciendo en silencio hasta que llegamos. Llegó el momento de bajarme, fui a darle un beso en la mejilla pero se giró y se lo di en la boca.

-       Idiota, no hagas eso – dije riéndome.

-       Es lo que siento  - me contestó con su perfecta sonrisa de dientes blanquísimos. No sabía si reírme o matarlo.

Salí de su coche y caminé hasta el mío, me giré y lo pillé mirándome el trasero. Hombres, jamás cambiarán. Abrí mi precioso y estúpido audi y me subí. Con un movimiento rápido lo arranqué. David salió del aparcamiento delante de mí y tomó una dirección contraria a la mía, no sin antes tirarme un beso. Me reí como una quinceañera y conduje hasta casa.

Llegué a casa, metí el coche en el garaje y entré al comedor. Recogí las copas de vino y cogí el móvil para mandarle un whatsapp a Vero.

Mañana estoy allí, necesito hablar, la he cagado. Un beso”.

Tras mandar el whatsapp subí a la cama y me acosté, sería un día duro el siguiente pues le iba a contar a Vero todo lo que había pasado. Necesitaba que me diera de ostias por tonta y, sobre todo, que me abrazara y aconsejara.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora