CAPÍTULO 13. HIELO

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-       ¿María Lucía Sánchez Benítez? – preguntaron al otro lado de la línea.

-       Sí ¿Qué ha pasado? – me asusté. No conocía la voz y ninguno de mis conocidos me decía María Lucía y mucho menos los apellidos. En los segundos que el hombre tardó en contestar pensé de todo. Me vinieron mis padres a la cabeza, recé por qué estuvieran bien y no fuese una llamada del hospital.

-       Nada, no se preocupe. Llamo de parte del señor David Gómez. Quiere que salga usted de  su casa con los ojos vendados y yo la guiaré a donde él se encuentra. – Mi cara debió ser un show.

-       ¿Perdón? ¿esto es alguna clase de broma? – pregunté flipando.

-       No, señorita. Son órdenes del señor David. – Y sin más colgó.

Aún seguía flipando cuando me llegó un WhatsApp de David:

“No seas cabezona y hazle caso. Confía en mí. Tápate los ojos y sal a la puerta. Es una sorpresa para pedirte perdón. La he cagado y quiero arreglarlo. Ponte ropa cómoda”

Ya estaba David con sus sorpresas. Seguía enfadada con él pero tenía curiosidad por saber cómo iba a arreglar lo que me había dicho antes. Me pasé cinco minutos pensando si hacerle caso o no pero al final claudiqué, la curiosidad me podía. Recogí la mesa y subí corriendo a mi habitación para cambiarme de ropa. ¿Qué me ponía?¿A qué se refería con lo de ropa cómoda?. Miré todo mi armario de arriba abajo sin saber que ponerme. Al final decidí mandarle un WhatsApp a David.

“¿Qué entiendes tú por ropa cómoda?”.

Su contestación no se hizo esperar:

“Chándal”. Contestó con esa simple palabra.

Me cambié corriendo y me miré en el espejo. Llevaba unas mallas negras ajustadas, una camiseta rosa y mis deportivas. Cogí un pañuelo y bajé las escaleras. Sentía el estómago revoloteado, en parte, por ver a David y en parte, por la sorpresa. No era miedo lo que sentía, más bien era excitación ante lo desconocido. Mi cabreo casi se había esfumado ya pero no se lo pondría tan fácil. No dejaría que me volviese a llamar niña.

Me puse el pañuelo en los ojos. No veía nada. En el follón que me metía yo solita. Abrí la puerta y salí a la calle.

-       Cójase de mi brazo – escuché a mi izquierda. Me sobresalté, no esperaba que estuviera esperándome tan cerca.

Le hice caso al hombre y me guió a lo que supuse que sería un coche. Se notaba que no era la primera vez que guiaba a alguien. Me señaló todos los escalones y consiguió que a pesar de mi torpeza no me tropezase ninguna vez. Abrió la puerta del coche y me puso la mano en la cabeza para que entrara sin golpearme. Cualquiera que viera la escena pensaría que me llevaban presa. Aún no entiendo cómo me deje llevar hasta ese punto. El hombre cerró la puerta y me dejó sola y cegada. “Confía Malú” me dije a mi misma. David no me haría nada malo. De pronto noté como el asiento se hundía y alguien se sentaba a mi lado sin decir palabra.

-       ¿Quién eres? – pregunté casi asustada.

No contestó, al menos no hablando. Sentí la presión de unos labios contra los míos. Era David, esos labios los conocía demasiado bien. Sonreí aún en su boca.

-       Pensaba que no vendrías, me gusta que confíes así en mí. – susurró en mi oído.

-       ¿Es necesario taparme los ojos?

-       Sí, es una sorpresa.

-       No me gustan las sorpresas, lo sabes. ¿A qué viene tanto protocolo?¿Dónde me llevas? – ya sí estaba nerviosa.

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora