CAPÍTULO 24. VÉRTIGO

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-       Sí, “Lucía”. Soy Seth – impregné su nombre de ironía, una ironía que ella captó porque automáticamente agachó la mirada avergonzada. Levanté las cejas esperando una respuesta que parecía que no iba a llegar.

-       ¿Cómo has entrado aquí, Seth? – preguntó alzando su mirada.

-       Deberías cambiar de seguridad, ha sido muy fácil colarme. – en realidad no lo había sido, había pasado media hora esperando un despiste de su segurata hasta que por fin llegó por un alboroto que estaban montando unas niñas.

-       No puedes estar aquí. – su sonrisa no aparecía en su rostro y la eché de menos. Estaba enfadado, necesitaba una explicación pero aún así, extrañaba su sonrisa.

-       Quiero una explicación – dije – no me iré sin ella.

De pronto una voz al otro lado de la puerta nos interrumpió.

-       Hermanita, ¿puedo entrar? ¿estás decente? – Lucía palideció.

-       Escóndete, vamos, - dijo entre susurros mientras me empujaba. – Espera, José. Estoy vistiéndome – gritó hacia la puerta. No me moví ni un milímetro. Me parecía muy surrealista todo – joder Seth, escóndete, es mi hermano mayor.

-       ¿Y? ¿Qué tenemos, quince años? – no supe cómo pasó pero cuando me quise dar cuenta estaba escondido entre su ropa sonriendo y Malú abriendo la puerta.

Pude escuchar toda la conversación.

-       Malú, vamos a celebrarlo. Nos lo merecemos. Hay que celebrar que casi te caes – dijo riendo y alzándola por los aires.

-       Bájame, José – reían a carcajadas y sentí mucha envidia, yo quería hacerla reír así – me estoy mareando. Finalmente la bajó.

-       Bueno, coge tus cosas que vamos para el bar de siempre a celebrar –él mimo cogió su bolso y la arrastró del brazo hasta la puerta.

-       Para, José. Tengo algo que hacer antes de poder celebrar – su hermano insistió pero finalmente, después de diez minutos intentando arrastrarla, la dejó y ella cerró la puerta.

Vino hacia donde yo me encontraba, no pude desaprovechar la oportunidad. Salí antes de lo que ella se esperaba y la asusté.

-       ¡GILIPOLLAS!  - me pegó un pequeño puñetazo en el hombro, o lo que ella creía que era pequeño. Seguro que me salía un morado.

-       ¿No quedamos en que no me agredirías más?

-       Te lo mereces, por asustarme.

-       Bueno, vale. Ahora quiero mi explicación – crucé los brazos sobre mi pecho y ella se sentó en una silla delante de un espejo. Se puso a retocarse el maquillaje. No sé para qué, ya estaba perfecta. – Sigo esperando. No me ignores. – Nada, como el que oía llover. No me hacía ni caso. – Lucía, no tengo toda la noche.

-       ¿Qué explicación quieres? – contestó.

Enmudecí. Me había pasado una semana pensando que le diría pero en ese momento mi mente estaba en blanco, solo podía observar cómo se aplicaba una sombra negra en los ojos.

-       ¿Qué pasa? ¿Quieres que te maquille? – se dio la vuelta apuntándome con la brocha que llevaba en la mano y una ceja levantada. Era guapísima cuando hacía eso.

-       No me apuntes con armas. – le quite la brocha y me senté entre el espejo y la silla. Tuvo que mirar hacia arriba para clavar sus ojos en mí. – Quiero saber muchas cosas. Primero: ¿Por qué me dijiste que te llamabas Lucía y no Malú?

GUERRA FÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora