Prólogo.

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Prólogo: 

Me senté en la silla más cercana, junto a mi, estaba Jack. Y detrás, Bella. Una extraña reacción me recorrió al ver a ese chico pasar por la puerta. Era alto, cabello castaño y ojos marrones. 

—Magui, ¿estás?

La voz del profesor me sacó de mis pensamientos. El profesor Stwart, estaba segura de que no le caía para nada bien. Por alguna razón siempre se ponía en mi contra. Me trataba como la típica adolescente sufrida. Y no lo era. 

—Sí—respondí, seca. Miré hacia delante, en la pizarra estaba escrita una palabra que hizo que el corazón me latiera a mil. Nunca vi que un profesor de historia hablara de "lobos". Miré a Jack, se encogió de hombros. Al igual que yo, estaba preocupado. 

—Muy bien—subrayó el título haciendo que la tiza rechinara en este—. ¿Alguien a escuchado hablar de lobos? 

Marcie Mitch levantó la mano. Siempre llevaba sus libros con ella, no era una persona muy agradable. Pero siempre supuse que es porque la molestan. Día a día se enfrenta a los de el equipo de baloncesto y fútbol. 

—Son salvajes, se dice que viven en el bosque más lejano posible de los humanos—respondió—, comen personas. Se los confunden con perros cuando son bebés. 

El profesor torció la boca formando una mueca de disgusto. 

—Esa teoría es irrelevante. 

—Dicen que son un mito—el chico de los ojos marrones habló. Estaba en la última fila, recostado sobre su respaldo totalmente. 

Stwart arqueó las cejas mirando con atención al chico. 

—Y dime, señor McQueen —dijo, con total atención—. ¿Usted cree eso?

—No creo que eso sea lo importante—suspiró—, sino que usted nos enseñe de ello. Me parece que no lo son, ya que usted enseña historia, no mitos. 

— ¡Así es!—exclamó—. Magui, ¿qué tienes para decirnos? 

Lo miré y luego a "lobos" en la pizarra. Lo examiné y pude descifrarlo.

—Los lobos no son mitos—dije, Jack me pateó por debajo de la mesa—sin embargo, me parece que todos aquí conocen a los "lobos", ¿y si le agrega "hombres" a ese título? 

Él lo añadió. Me miró con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Era sarcástica a simple vista. 

—Exacto—mencion—, ahora,  ¿quién sabe algo de hombres lobos? 

Marcie levantó la mano mientras buscaba algo en su libro. Seguro algún título que se refiera a hombres lobos, pero en un libro de historia no lo iba a encontrar. 

— ¿Qué estás haciendo?—susurró Bella detrás mío. Stwart pudo notar que me hablaba, movió su rostro hacia nosotras, pero el agradable sonido de la voz de Marcie Mitch lo detuvo.

—Aquí no habla nada de hombres lobos—exclamó Marcie. El profesor frunció el ceño. 

—¿Vas a cuestionarme?

—N...—ella se mostraba confundida y asustada. Él la interrumpió con una sonrisa. 

—Clase especial—dijo Stwart—, ahora dime, ¿qué sabes de los hombres lobos? 

—Nada—respondió seca. 

— ¿Nada?—se rascó la mejilla—, ¿segura? ¿Nunca as visto una película? 

—Se convierten en lobos cuando los muerden y a cada vez que hay luna llena—respondió. 

—No—dijo e hizo tres círculos en la pizarra—blancos, negros y mestizos. 

—¿Qué?—susurró Marcie. 

—Hace aproximadamente 300 años—dijo Stwart—, existían tres razas de lobos. Blancos, negros y mestizos. Los negros, mandaban, los líderes de la manada. Los blancos, sus seguidores. Los blancos y negros se juntaban y tenían hijos, los mestizos. 

— ¿Los blancos eran sus seguidores?—pregunté, no podía dejar que me desvaloricen así y decirme que tenía que depender de los estúpidos negros. 

—Por supuesto—dijo con una sonrisa irónica—. Hubo problemas, estaban en invierno, una época no muy buena para los hombres lobos, los negros propusieron cruzar la cordillera, pero los blancos decidieron no hacerlo, pensando que los de su raza se extinguirían. Los marrones (los mestizos) se quedaron el la punta, todas las razas sobrevivieron pero con una rivalidad presente, ahora los que mantienen las leyes son los mestizos, los blancos y negros no se juntan. 

—Lo que los negros hacían con los blancos es discriminación—dijo Bella, ya había hablado. 

—Pues, los blancos tenían que aceptar que los negros eran mejores. 

—Y ahora los negros que los mestizos hacen las leyes—dije, levanté las cejas y luego las bajé rápido. 

—No creo que sea por mucho—dijo el chico de ojos marrones. 

—Tienes razón—dije, sin darme vuelta—. 300 años son demasiados, y no creo que los blancos se queden sentados. 

Black and WhiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora