LOCO – Machine Gun Kelly
Despertarse por el frío es una de las cosas más desagradables del invierno, pero, aun así, sigue siendo mejor que el verano. Las mantas de la cama rodean mi cuerpo como si fuera una oruga encerrada en su capullo. Hace más frío de lo usual en la habitación, así que asomo la cabeza con pereza para ver si el radiador está encendido. Artemis lo habrá apagado de nuevo durante la noche. Tiene una pequeña luz roja que se ilumina al encender el radiador, está junto al botón de encendido, así que, cuando juega para intentar atrapar la luz, lo apaga accidentalmente.
Ella duerme sobre la almohada, cerca de mi cabeza. Cuando me destapo, levanta la cabeza con rapidez. Al ponerme en pie, se incorpora y empieza a estirarse mientras viene hacia mí sin bajar de la cama. Como no tengo pensado salir, lo enciendo para quedarme un poco más tiempo acostado. Artie maúlla y baja de la cama para acercarse a la puerta. La araña, al igual que hace cada vez que quiere salir de una habitación, hasta que la abro para dejar que salga. No cierro del todo, lo suficiente para que el calor del radiador no se vaya y Artemis pueda entrar empujado la puerta con su cabecita.
Es una bolita de pelo blanca con manchas grises de dos años de edad. La adopté cuando tenía cinco meses. Tristan y yo fuimos al centro comercial y, en la puerta, había un matrimonio con dos niños pequeños que regalaban gatitos. Eran dueños de la madre y, lógicamente, no podían hacerse cargo de todos. Sólo quedaba ella y nadie la miraba si quiera o, peor, la cogía y la mimaban durante unos minutos para después dejarla de nuevo en la caja. Maullaba desconsoladamente cada vez que unas manos la devolvían al oscuro y frío cartón. Al salir del centro comercial, tenía la esperanza de que se la hubieran llevado. Sin embargo, la familia estaba recogiendo sus cosas y metiéndolas en el coche y la niña pequeña sostenía al gatito, entristecida. Simplemente, no pudo resistirme. Artemis necesitaba un hogar y yo algo de compañía.
Mi móvil vibra sobre la mesita de noche y resoplo; qué pereza tener que estirar el brazo para cogerlo. Es Doug y propone ver una maratón de partidos repetidos en mi casa. No me gusta ver deportes. Si quiero ver shows, busco el canal en el que salen las Kardashian. Su insistencia consigue convencerme, así que acepto. Al menos, tendré una excusa para comer pizza hasta reventar.
Miro la hora y veo que faltan dos horas para que los demás vengan. No es como si fuera a molestarme en arreglarme. De hecho, creo que me quedaré con estos pantalones de chándal holgados y esta camiseta. Ambos grises. El apartamento está limpio y recogido y, por primera vez, me alegro de haber hecho limpieza un sábado por la noche. Ayer, al volver del restaurante indio, no tenía sueño, así que decidí limpiar un poco para no tener que hacerlo hoy. Buena jugada.
Me incorporo rápidamente cuando escucho que algo cae al suelo en el salón. Frunzo el ceño.
—¡Artie! ¡Ven ahora mismo!
Ella corre hasta la habitación, maullando de forma inocente. Me mira con sus grandes ojos almendrados. ¿Cómo voy a enfadarme con ella?
Sube a la cama, empezando a ronronear, y comienza a amasarme mientras está sobre mi regazo. Vuelvo a tumbarme y ella se acomoda sobre mi pecho, sin dejar de ronronear. De vez en cuando, mueve sus patitas para seguir con ese suave masaje en señal de afecto.
—Papi seguro que se enfada mucho cuando vea lo que has tirado —suspiro mientras acaricio su suave pelaje.
Hablar con mi gata no me convierte en un loco. Hacerlo a la espera de que me haga caso, sí que me convierte en un loco. Artie es tranquila, cariñosa y muy independiente. Pero también es muy desobediente. No sé si todos los gatos serán iguales, sólo sé que ella jamás ha acatado una sola orden que le he dado y, posiblemente, jamás vaya a hacerlo.
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𝐅𝐢𝐨𝐧𝐚 © [F #1]
RomanceLa vida puede ser una jodida perra contigo desde tu miserable infancia y seguir machacándote durante tu adolescencia y tú no podrás hacer nada para evitarlo. Eso te convertirá en un gilipollas con razones, pero a la gente eso no le importa. A nadie...