19.- Perfect

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Gabriel se aferraba al cinturón del asiento del copiloto de su auto. Miraba de reojo a Renato, que manejaba con una sonrisa en la cara y los ojitos chispeantes. Media hora ahí metidos deambulando por las calles de Buenos Aires y todavía no le había querido decir a dónde lo llevaba. Tensó la mandíbula y apretó un freno imaginario con el pie derecho. El pendejo no sabía lo que era guardar una distancia prudencial de seguridad con el auto que tenían delante de ellos.

-Relajate...

Bufó ante la risita cantarina y burlona que le dedicó su novio cuando paró en un semáforo.

-Decime por favor que tenés carnet de conducir.

-Vencido.

-¿Qué?- Gabriel abrió mucho los ojos girando el cuerpo para enfrentarlo.- ¡Bajá ahora mismo del auto!

-¡Pará! Es una joda.- Renato reía mientras volvía a ponerse en marcha.- Relajate, ¿querés? Se te va a salir el corazón del pecho.

El mayor volvió a aferrarse al cinturón de seguridad rezando por que llegaran cuanto antes a donde fuera que Renato lo llevaba.

...

Después de varios minutos buscando un lugar donde estacionar por fin salieron del auto. Capital era un caos de gente y tráfico y realmente no entendía muy bien qué hacían ahí. Renato bajó del auto junto a él y le indicó con la cabeza para que lo siguiera. Caminaron un par de cuadras y llegaron a un edificio alto, de unas veinte plantas, blanco y con las ventanas oscuras. Renato puso una mano en su pecho para que dejara de andar, haciéndole un gesto para que permaneciera con la boca cerrada.

Gabriel frunció el ceño sin entender nada de aquella situación. Renato miró hacia el portero del edificio y sacó su celular del bolsillo. Hizo una llamada diciendo en voz baja algo que Gabriel no pudo entender y unos segundos más tarde el hombre se marchaba de allí dejando la entrada del vacía. Renato sonrió triunfal guardando el teléfono en su bolsillo.

-Vamos, seguime.

-¿Quién...?

Renato tiró de su brazo y lo empujó dentro del edificio. El pendejo llamaba frenéticamente al ascensor y en cuanto se abrieron las puertas volvió a empujarlo para desaparecer con rapidez dentro de él sin dejar que nadie los viera.

-No estoy entendiendo nada.

-Lo sé.- Renato sonrió divertido.

Las puertas se abrieron cuando llegaron al piso número catorce y observó cómo el menor comenzaba a buscar algo sobre el dintel de una de las puertas.

-Lo de hacer que pinte paredes públicas tiene un pase, pero no voy a cometer allanamiento por vos. Te lo advierto, pendejo.

Renato soltó una carcajada a la vez que giraba sobre sí mismo mostrando una llave en alto.

-Es la llave de repuesto de mi viejo, siempre la esconde en el mismo sitio.

-¿Es el departamento de tu padre?- Renato asintió mientras abría la puerta de la casa.- ¿Y por qué nos escondimos del portero?

-No quiero que le cuente a mi viejo que estuvimos acá... Eso provocaría que me llame y tengo cero ganas de hablar con él.

Entraron dentro del departamento y Gabriel silbó observando el interior. Era uno de esos departamentos grandes y modernos. Estaba tan pulcro y ordenado que parecía de catálogo de revista. No tenía nada que ver con el pequeño departamento que él podía pagarse con su sueldo de policía.

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