24.- Confiar

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Alejandro Gallicchio se palpó el bolsillo interno de su saco, comprobando que llevaba todo encima. Teléfono, llaves del auto, billetera... Abrió las grandes puertas acristaladas del hotel, buscando la recepción. Odiaba ser impuntual y hacía más de diez minutos que tendría que haber llegado.

La recepcionista lo recibió con una amplia sonrisa y le indicó que el salón donde se llevaría a cabo la reunión de ex policías retirados y su respectivo almuerzo estaba en la segunda planta. Alejandro agradeció con una sonrisa la información que le daba la chica y se dirigió hacia la zona de los ascensores.

Pulsó frenéticamente el botón de llamaba del ascensor y volvió a mirar su reloj, puteando para sus adentro. Odiaba llegar tarde.

Las puertas se abrieron y su pierna quedó a medio camino de dar un paso al frente. Pudo escuchar cómo el corazón se le paraba y su mente se nublaba tapando cualquier pensamiento medianamente coherente.

Dentro de aquel cubículo acristalado estaba su hijo. Su hijo besando acaloradamente a otro hombre. Besando a un chico y hundiendo sus manos por todo su cuerpo.

Parpadeó nervioso y sintió que se le secaba la garganta. No podía ser cierto...

-Gabriel.

Sus oídos no escucharon sus palabras pero cuando su hijo lo miró supo que lo había llamado en voz alta.

Gabriel se había quedado completamente paralizado mirando a su padre, todavía con su mano izquierda en la cintura de Renato y con sus labios rojos entreabiertos, temiendo decir o pronunciar cualquier sonido.

Su padre tenía la mirada fija en él, con los ojos muy abierto, como si tuviera miedo de pestañear. Pestañear y que al abrirlos de nuevo la escena que acababa de encontrar en el ascensor siguiese ahí, haciendo todo más real porque no había desaparecido como en un mal sueño.

Gabriel dio un paso corto al frente, quedando en medio de las puertas todavía abiertas del ascensor, con el corazón volviendo a latirle cada vez más rápido después del shock inicial.

-Pa...

Se mordió el labio sin saber qué decir y antes de poder buscar en su cerebro las palabras adecuadas para explicar esa situación, vio cómo su padre daba media vuelta con expresión neutra y comenzaba a alejarse de allí con paso decidido.

Miró a Renato, angustiado, que tenía el ceño fruncido y el gesto quizá hasta más asustado que él y echó a correr detrás de su padre por el enorme hall del hotel.

-¡Papá!- Lo llamó, pero su padre seguía caminando rápido hacia la salida.

Podía escuchar el sonido de cada latido de su corazón retumbar en sus oídos y cómo su garganta comenzaba a estrujarse dejándole casi sin respiración. Porque sentía que sus peores temores empezaban a hacerse realidad, que se quedaba sin aire, que se iba todo a la mierda.

-¡Viejo, pará!

Lo alcanzó fuera del edificio, justo en la entrada de aquel gran hotel que horas antes habían convertido en su Nueva York, en su refugio perfecto. Lo agarró del brazo fuerte, obligándole a girarse, a mirarle, a enfrentarse a él.

-¡Soltame!

Y ese grito seco dolió menos que el hecho de que su propio padre parecía no poder mirarle a los ojos, que buscaba cualquier lugar en el suelo donde poner sus ojos menos en él, que estaba parado frente a su padre suplicando comprensión con sus ojos.

Alejandro apartó el brazo de él, evitando cualquier contacto, balanceando las manos en el aire sin saber qué hacer con ellas, sin saber qué pensar, qué decir, cómo no actuar.

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