9.- Domingo. Parte II

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Renato se estiró entre las sábanas, bostezando y moviendo los deditos de los pies para desperezarse. Intentó estirar los brazos, doloridos, pero no pudo. Se dio cuenta que todavía tenía las esposas puestas y sonrió al verlas atadas todavía alrededor de sus muñecas. Levantó un poco la cabeza de la almohada y se dio cuenta que estaba solo en aquella cama grande que era casi el único mueble de la habitación de Gabriel.

Se pasó las manos unidas por el pelo, intentando domarlo, pues se había quedado parado para cualquier lado tras haberse dormido todavía empapado en sudor. Se incorporó del todo y suspiró. Gabriel le hacía sentir cosas que nunca antes había sentido por nadie. No sabía qué eran o qué pasaba entre ellos con exactitud. Pero estaba claro que no sólo eran dos personas sacándose las ganas. Gabriel simplemente le miraba y ya lo derretía. Le invadía ese sentimiento cálido y acogedor en el pecho y se derretía.

Salió de la cama y abrió el armario de Gabriel. Tenía la ropa tan pulcramente ordenada que ahora entendía todavía más que llamara caos a su habitación. Abrió un pequeño cajón y agarró un bóxer limpio, colocándoselo con dificultad. Esa habitación era aburrida igual que toda la casa. Pero Gabriel no parecía para nada una persona aburrida... Miró la camiseta que llevaba puesta, esa que había servido para taparle la visión, y sonrió. Ahora iba a ser su camiseta favorita.

Salió de la habitación y empezó a escuchar música. Gabriel estaba en la cocina, preparando algo en el fuego y tarareando bajito. Meneaba la cabeza, bailando, y sus rulos se movían despeinándose todavía más.

-¿Cuarteto? ¿En serio?

Gabriel se sorprendió al verlo pero le dedicó una amplia sonrisa.

-Buen día.- Dijo apagando el fuego.- Aunque son las tres de la tarde.

-Con razón tenía tanta hambre...- Renato se acercó a él.- Che, decime que tenés las llaves de esto.- Pidió alzando las muñecas para dejar ver bien las esposas.

Gabriel soltó una risita mientras se acercaba a un armario.

-Y yo que quería dejarte todo el día atado a mi cama...

-Eso es abuso de la autoridad.- Se quejó Renato divertido.

-No creo que pusieras mucha resistencia.- Gabriel se acercó a él y le quitó las esposas.- ¿O sí?

-No, puede que no...

Renato fue sincero. Probablemente Gabriel tenía más poder sobre él del que ninguno de los dos era consciente todavía. El mayor comenzó a acariciarle las muñecas, despacio, y Renato cerró los ojos disfrutando del contacto. Y Gabriel no podía dejar de mirarlo ahí parado frente a él, con sus pelos despeinados, su naricita de botón y su boca entreabierta. Ese pendejo era un regalo para la vista y en ese momento sólo era de él.

-¿Te duele?- El chico negó con la cabeza.

-No, pero me relaja.

-Preparé algo de comer.- Le informó Gabriel mientras seguía acariciándole las muñecas y Renato abrió los ojos, brillantes.- Espero que te guste la pasta.

-Me encanta y tengo muchísima hambre.

Gabriel sonrió y le dio una palmadita en el trasero para que se acercara a la cocina. Renato se sentó a la mesa, que ya estaba preparada, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no recordar lo que había pasado sobre ella no hacía tantas horas.

-Vualá.- Anunció Gabriel dejando una olla grande en el centro.

-¿Fideos con tuco?

-Dije que había cocinado, no que fuese un manjar de los dioses.

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