35.- Mi lugar favorito

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-¿Seguís queriendo dormir conmigo?

Una sonrisa estúpida igual a la de Gabriel inundó la cara de Renato antes de abalanzarse sobre él para besarlo. Allí, en esa ventana por la que tantas veces había entrado en el pasado ese policía bostero que le robó el corazón antes de que pudiera darse cuenta.

Sus labios conectaron en un beso entre risas y suspiros, entre manos necesitadas y amor impaciente. Y sin despegar sus labios el uno del otro, Gabriel terminó de entrar con un movimiento ágil en la habitación.

Sus bocas se buscaban, se pedían a gritos por esa conexión que tanto habían extrañado durante sesenta días. Las manos de Gabriel lo guiaban por las caderas, empujándole levemente a dar unos pasitos hacia atrás mientras su lengua entraba en la boca del pendejo con la misma urgencia y necesidad. Y Renato se dejaba hacer. Porque no había un sentimiento más real y placentero que el de dejarse llevar por él, dejarse amar y sentir que cada poro de su piel reaccionaba ante el contacto de Gabriel, ante su roce, su olor, su calor...

Los labios húmedos de Renato sintieron frío cuando Gabriel los abandonó y comenzó a besar su cuello, hambriento de él. El menor echó hacia atrás la cabeza y la visión del techo de su habitación se volvió borrosa, tenue, mientras sentía esos escalofríos que sólo Gabriel sabía generarle. Todo él era embriagador.

-Gabriel...- Susurró con la voz entrecortada.

Gabriel abandonó su cuello y lo miró fijo a los ojos, con las manos a cada lado de su cabeza, sujetándole con fuerza como si tuviera miedo de que desapareciera de su lado.

-¿Duermen?

-¿Qué?- Preguntó confundido intentando enfocar sus ojos.

-Tu familia, ¿duerme?

-No...

Le dio un beso rápido en los labios y se alejó de él. Y una sonrisa que mezclaba ternura y calentura se asomó en sus labios cuando se dio cuenta qué estaba haciendo Gabriel. Se había acercado a su escritorio y se llevaba a rastras la silla hasta la puerta, inclinándola contra ella y bloqueando el pomo. Nadie podía entrar.

-¿Tengo que sentir miedo?- Preguntó con burla al ver cómo lo miraba desde la puerta.

Sus ojos verdes estaban encendidos y lo miraban tan fijo que hacían que la burla se mezclara realmente con algo de miedo. Gabriel lo miraba necesitado y ardiente y Renato se sentía desnudo frente a él sólo con esa mirada.

Dos meses separados era demasiado tiempo como para que unos cuantos besos fuesen suficientes. Renato lo sabía y él también necesitaba más. Mucho más. Pero los ojos de Gabriel tan fijos y serios sobre él le descolocaban. Nunca le había mirado así, como si lo único real e importante fuese él. Como si todo lo demás fuese secundario y sólo y únicamente tuviera su atención y sus pensamientos en él.

Gabriel se encaminó hacia él, despacio, sin dejar de clavar sus ojos con los suyos. Y cuando volvió a estar a su lado alzó la mano, acariciando su cuello despacio. Sus manos estaban calientes y Renato podía sentir cómo le costaba respirar bajo el tacto de Gabriel.

Sus dedos se movieron, tocando cada rincón que encontraban de su piel. Su cuello, su mandíbula, su labio inferior todavía húmedo y rojo por la fricción. Y la vista de Gabriel se paró ahí, en su boca.

-Gabriel...- Susurró sobre su dedo.

-Sesenta días sin vos, pendejo.- Dijo con la voz ronca y los ojos clavados en sus labios.- Sesenta días...

Y sabía que esos dos meses habían sido igual de tormentosos y desesperados para Gabriel como para él. Se lo decían sus ojos, su voz, su tacto extremadamente lento...

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