32.- Sombras

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No podía dejar de llorar. No sabía si era por culpa de todo el alcohol que había bebido o por haber encontrado esa declaración de amor de la que antes no había sido consciente. Pero Renato no podía dejar de llorar.

Estaba allí sentado en el suelo de aquella fábrica, abrazado a sus piernas encogidas y aferrado a su teléfono, apretándolo fuerte con la mano. Tenía la nariz roja de tanto llorar y sorbía intentando no ahogarse con su llanto. Poro no podía parar. Aunque lo intentara no podía dejar de llorar.

Miró su teléfono y soltó un sollozo. Hacía una hora que había encontrado aquel enorme grafiti y lo había llamado para que fuera a buscarlo.

Dios, cómo dolía. Cómo dolía saber que Gabriel le amaba. Saber que se lo había dicho antes y él no había sido consciente de ello. Ser consciente ahora que no estaban juntos.

"Yo te dije te amo un poquito antes, aunque vos todavía no lo sepas". Le había dicho Gabriel en aquella terraza alta de hotel que simulaba ser Nueva York. Y él en aquel entonces no había tenido ni la menor idea de lo que le hablaba su novio. "Tendrás que descubrirlo vos solo. Si lo hacés, hay premio".

Y ahora estaba allí, viendo esa declaración de amor, pero no tenía a Gabriel a su lado, ni había premio, ni existía Nueva York.

-¿Tato?

Volvió a sollozar fuerte cuando escuchó su nombre y hundió su cabeza entre las piernas, volviendo a sucumbir fuerte ante el llanto.

-¿Tato, qué hacés...? ¡Tato!

Sintió unos brazos rodearle y su cuerpo volvió a convulsionar mientras lloraba fuerte. Valentino había ido por él.

-Valen...- Susurró aferrándose al abrazo de su hermano.

-¿Qué hacés acá? ¿Sabés cuánto me costó encontrarte?

-No... No tenía el auto y...- lloró.

-Pará, pará.- Valentino intentó hacer que su hermano le mirara.- ¿Qué pasó, Tato?

Renato parpadeó despacio, intentando enfocar la vista que las lágrimas en sus ojos impedían.

-Lo encontré.- Dijo simplemente.

-¿Qué?- Preguntó Valentino confuso.

-Lo encontré... Pero ya no hay premio... Él no está y no hay premio...

Volvió a derrumbarse y a llorar escondiendo la cara en el pecho de su hermano, que seguía confuso sin entender nada.

-Tato, no entiendo qué...

-Me dijo que si lo encontraba habría premio. Me dijo que me amaba.- Decía entrecortado con la voz opacada.- Pero no está, Valen. Gabi no está.

Valentino frunció el ceño y abrazó fuerte a su hermano, dejándolo llorar en sus brazos. Alzó la vista y entonces su expresión cambió al sentir que las piezas del puzzle encajaban cuando vio aquel grafiti enorme que decía "Te amo, pendejo".

...

Gabriel se acurrucó más en su sofá, estirando la manta para taparse del todo. El pincel de Renato reposaba en la mesita de café del living y no podía apartar la vista de él, de esas letras plateadas que decían su nombre, como si leerlas una y otra vez hiciera todo más real.

Suspiró bajo la manta. Se sentía como un pendejo de quince años que llora por su primer amor.

Y en cierto modo era así. No tenía quince años pero sí que por primera vez estaba sufriendo realmente por amor. Un amor que nunca pensó que llegaría a ser lo que era cuando conoció a aquel pendejo grafitero mientras patrullaba.

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