Gabriel estacionó el auto cerca del bar y miró por la ventanilla, nervioso, al gentío de gente que se amontonaba en la puerta. Esa noche parecía que el bar iba a reventar. Todo había sucedido muy rápido y la adrenalina del momento le había llevado hasta allí, pero ahora que tenía la posibilidad de estar con Renato tan cerca le temblaban las manos.
Había ido a buscarlo a su casa y Valentino, después de muchas insistencias, le había contado que Renato estaba allí. Se había montado en el auto, había manejado como un loco y había estacionado torpemente. Y ahora que estaba allí, con el motor apagado y escuchando la música que salía de las puertas del bar, estaba paralizado.
Movió el retrovisor mientras suspiraba y unos ojos verdes aterrados le devolvieron la mirada. ¿Y si era tarde? ¿Y si Renato se había olvidado de él? ¿Y si había perdido a su pendejo?
Se pasó una mano temblorosa por los rulos intentando acomodarlos y se planchó la camisa negra con las manos. Estaba realmente nervioso por volver a verlo, por volver a estar con él, por volver a jugar...
La música ensordecedora y el bar abarrotado como nunca no ayudaban a que los pensamientos de su cabeza se ordenaran y pensara con claridad. Esquivaba a todo el mundo y sus ojos rápidos y necesitados buscaban a Renato. Y entonces lo vio al final de la barra, con la remera mojada, el pelo parado para cualquier lado y pidiendo un trago.
Sabía que había sonreído como un adolescente al verlo, porque ese era el efecto que causaba el pendejo en él. Hacía que el corazón le latiera rápido, que todo fuera nuevo y excitante, y que todo el bar desapareciera y sólo existiera él. Nadie más. Sólo él.
Pero ese sentimiento le duró poco cuando vio a Cerati acercarse a Renato. Y los celos y el miedo estrujaron su estómago como aquel día que los vio cuando pasó a buscar a Renato en el auto, o como cuando los vio a los dos y a otro pibe entrando al baño de ese mismo bar, o como chaparon la primera noche que conoció a Renato y todo era juego y provocación.
Gabriel paró en seco y los miró. Cerati y Renato tenían su historia, él lo sabía. Una historia intermitente y casi únicamente basada en sexo, pero una historia al fin. Y si tenía que ser sincero, no se diferenciaba mucho a lo que el pendejo y él habían tenido. Mucho sexo y provocación sin llegar a ningún punto, solo a estar él hecho mierda replanteándose toda su vida.
Apretó los puños cuando vio cómo Cerati se metía la pajita del trago de Renato en la boca y jugaba con ella de forma pecaminosa y seductora. Y los apretó todavía más cuando vio que Renato le sonreía y le seguía el juego, mirando con ojos chispeantes aquella acción.
No. No. No... No quería ni podía pensar en esos dos juntos de nuevo.
Hablaban, reían y decían cosas que él no podía oír. Y entonces vio cómo Cerati le besaba. Besaba su mejilla, su mandíbula, su cuello... Renato cerraba los ojos dejándose hacer y él sentía que quería vomitar. Porque alguien le estaba dando placer al pendejo, alguien le estaba dando amor, y no era él.
Y entonces Renato abrió los ojos y como si una fuerza mayor los uniera sus miradas se conectaron en aquel bar, esquivando a todas las demás personas y haciendo que sólo existieran ellos dos, desafiantes, dolidos, necesitados...
-Ahora...- Comenzó a decir Renato.
Pero en cuanto vio a Gabriel su cerebro se congeló y dejó de pensar.
-¿Ahora...?- Le instó a seguir Cerati dándole otro beso húmedo en el cuello.- ¿Tato?
Julián se apartó de él y siguió la dirección de los ojos de Renato, dándose cuenta de a quién miraba con ese semblante serio y nervioso.
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Volver a jugar
RomantikRenato es un chico rebelde y grafitero de 20 años. Gabriel, un policía de 27. Nunca pensaron que el destino y una pintada los uniría tanto... ... Muchos creen que el destino es una cadena de sucesos, uno detrás de otro, que empujan a una persona a s...