28.- Olvidar

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-Papá.

De pronto ya no tenía veintisiete años, ni era adulto, ni agente de policía... nada. En un segundo se había convertido en un niño chiquito que tiene frente a él a su padre. Un niño chiquito que no sabe lo que ha hecho mal, ni sabe si realmente merece castigo. Un niño que sólo quiere que su padre le diga que lo quiere, aunque sabe que esas palabras no van a salir de su boca.

-Gabriel.- Tuvo que parpadear un par de veces para asegurarse que realmente Alejandro Gallicchio estaba frente a él.- ¿Puedo...?

-Pasá, pasá.

Gabriel se apartó de la puerta, dejándole pasar. Su padre entró con paso seguro y fuerte, haciendo sonar sus zapatos en la madera del suelo.

-Espero no interrumpir nada...

Se giró y vio cómo su padre observaba una remera y un bóxer tirados encima del sofá, cerca de la mesa donde descansaba un cuaderno de dibujo y varios lapiceros de colores. Todo aquello claramente era de Renato y seguro su padre se había dado cuenta de ese pequeño detalle.

-No... Estoy sólo.- Aclaro sin entender por qué tenía que justificar nada.- El departamento está hecho un desastre, perdoname.

-Descuida.

-¿Querés algo? ¿Una birra? ¿Un café?

-Vos sólo tomás café en el laburo.

-Sí, pero a Renato...- Cerró la boca al ver cómo los ojos de su padre se oscurecían y sus cejas se alzaban ligeramente al escuchar hablar del novio de su hijo.- A... a él le gusta...- Terminó con voz bajita, como si estuviera diciendo algo malo.

Su padre asintió mientras su mandíbula se endurecía. Se sentó en el sofá y miró a su alrededor, a ese departamento gris y vacío que sólo tenía algo de color desde que Renato lo pisó por primera vez y entró en su vida.

Gabriel dio unos pasitos acercándose a su padre pero se mantuvo de pie en medio de la sala, alerta, expectante, temeroso de cualquier movimiento o comentario. Su padre abrió el cuaderno de dibujo que estaba sobre la mesa y comenzó a pasa las hojas una por una, despacio.

-¿Hace cuánto empezó esta locura, Gabriel?

Dolía. Dolía que el simple hecho de que él amara un hombre pudiera considerarse una locura.

-Hace unos meses.

-Meses...- Su padre seguía pasando lentamente las hojas del cuaderno.- ¿Antonella?

-Ella no lo sabe.

-Así que básicamente engañaste a todas las personas que te quieren...

-Papá...- Dio un pasito al frente pero se detuvo.- Al primero que me engañaba ara a mí mismo, creeme.

Su padre llegó a un dibujo que Renato había hecho hacía unos días. Un dibujo de ellos abrazados y besándose en medio de una terraza de un edificio alto, rodeados de luces bajo la noche oscura. Y volvió a doler cuando se padre cerró el cuaderno con fuerza sin poder detenerse a mirar ese dibujo más de dos segundos.

-¿Cómo lo sabés?

-¿Qué cosa?

-¿Cómo sabes que el engaño no es este? Que la mentira no es esta en la que vivís ahora.

-Papá...

-Escuchame.- Su padre se pasó una mano por la cara, intentando aclarar sus ideas.- Entiendo que sos joven y que... bueno, que es el momento de hacer locuras. Pero no quiero que arruines tu vida por algo que no es.

Gabriel arrugó la frente, sin entender las palabras de su padre. O sin querer entenderlas.

-¿Algo que no es?

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