3.- Pendejo insufrible

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-Te prometo que está todo bien.- Gabriel hablaba por teléfono mientras removía la cucharilla del café.- En serio, Leandro, es esta porquería de celular que muchas veces me deja tirado.

Le estaba mintiendo a su hermano. Su teléfono funcionaba perfectamente, lo que no debía estar nada bien era su cabeza. Todavía no entendía cómo hacía una semana había hecho lo que había hecho en aquel baño. En aquel baño y con aquel pendejo insufrible del que no sabía ni el nombre.

-Sí, salí un rato con los compañeros, pero todo tranqui.- Volvió a mentir.- ¿Nos vemos el domingo en casa de los viejos?

Le dio un sorbo al café y casi se quema la lengua. Hoy le salía todo mal.

-Dale, sí.- Comenzó a despedirse.- Saludá a mi cuñadita y cuidá esa panza hermosa, quiero que mi ahijada salga perfecta de ahí dentro.- Sonrió pensando en el próximo nuevo integrante de su familia.- Un abrazo, chau.

Terminó la llamada y se frotó los ojos con las manos. Estaba cansado, muy cansado. Desde hacía una semana que no dormía bien. Específicamente desde aquella noche. Todavía no entendía qué había pasado por su cabeza para hacer lo que hizo. Él no era así. No hacía esas locuras en baños públicos con chicos que acababa de conocer. O quizá conocer era decir demasiado... No sabía quién era, cómo se llamaba... nada. Sólo sabía que era un vándalo callejero al que le gustaba hacer grafitis y tenía una lengua rápida y mordaz para enfrentar a la policía. Una lengua rápida que le volvió loco en aquel baño...

Suspiró mientras se recostaba en la silla de su escritorio. Sí, tenía que reconocerlo. Ese pendejo le había vuelto loco y le había hecho gemir de placer como hacía mucho no lo hacía nadie. O si tenía que ser sincero nunca lo había disfrutado tanto como aquella noche.

Tenía que volver a verlo. No sabía por qué ni para qué. Ni si quiera entendía la necesidad que sentía de volver a hablar con él. Pero necesitaba encontrarlo. Aunque no supiera qué iba a hacer cuando lo tuviese delante.

Volvió la atención a su computadora y siguió navegando por los archivos de la policía. Durante siete días lo único que había hecho en su tiempo libre era buscar cualquier pista sobre él, cualquier registro o señal de detención que pudiera decirle quién era. Pero nada. No encontraba nada. Había mil chicos que podían ser él peor ninguno lo era realmente. Se estaba volviendo loco por alguien que ni si quiera conocía. Era de locos...

Volvió a darle un sorbo a su café amargo. ¿Habría vuelto el pendejo a pensar en él? ¿O sólo era él el único obsesionado con lo que pasó esa noche?

-¿Qué hacés, Gabi?

Cerró todas las pestañas que tenía abiertas en pantalla y vio cómo su compañero entraba a aquel salón lleno de mesas y archivos policiales.

-Hola, Mati.- Saludó terminando su café de un trago.

-¿Por qué bebés café si no te gusta?

-Porque tiene cafeína y necesito despejarme.

-¿Qué te pasa?- Preguntó apoyándose en su mesa.- Llevas una semana colgadísimo.

-Nada...

-¿Seguro? Podés confiar en mí, ya lo sabés.

-Lo sé, pero de verdad que no me pasa nada, estaré agarrándome un resfriado o algo... No es nada.

Matías le miró con el ceño fruncido pero no dijo nada. No les gustaba mentir a su compañero. La primera regla si quieres que el compañerismo y la camaradería con la personas que trabajas todos los días funciones es la confianza, no mentirse.

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