37.- Volver a jugar. FIN.

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Podía escuchar las olas del mar muy cerquita de él y sentir el sol acariciando cada rincón de su piel ligeramente bronceada, calentado cada lugar que alcanzaba y dándole esa agradable sensación que le hacía adormecerse sobre la toalla. Renato levantó la cabeza y miró con los ojitos entrecerrados a su alrededor, intentando acostumbrarse a la luz.

No muy lejos de él Valentino y Camila se besaban en la orilla mientras posaban para una fotografía que seguramente después subirían a sus redes sociales. Era increíble cuánto les gustaba hacer esas cosas a los dos, parecían dos modelitos de trajes de baño que estaban haciendo una sesión en Mar del Plata. Idas y venidas durante años, juntos, separados, juntos otra vez. Mil vueltas daban esos dos siempre uno orbitando al rededor del otro. Pero dios, cómo se querían...

En el pasado, cuando los miraba, una punzada de dolor le azotaba el estómago. Un dolor lleno de envidia que no terminaba de entender porque él se escondía tras esa máscara cínica que le hacía no creer en el amor. Y en menos de seis meses su vida había cambiado tanto que ahora lo único que pasaba por su cabeza al ver a Valentino y Camila era que gracias a ellos y sus detalles, gracias a su amor, se le había hecho imposible cerrar los ojos y mirar hacia otro lado cuando Gabriel apareció en su vida. Siempre iba a agradecer a su hermano por contagiarle un poquito de esa fe en el amor que tenía él

Cerró los ojos y suspiró boca abajo, disfrutando del poco aire que hacía a última hora de la tarde. Y cuando unas gotitas finas de agua cayeron sobre su espalda una sonrisa tonta se escapó de sus labios sabiendo perfectamente de dónde venían.

-¿Salís ya del agua?

La piel se le erizó al sentir esa mezcla de la piel fría y mojada con el calor corporal de su novio pegándose a él y dejando un beso en su nuca antes de tumbarse a su lado en una toalla demasiado pequeña para los dos.

-Es un embole estar solo.- Se quejó Gabriel pasándose una mano por los rulos para quitarse el sobrante de agua.

-Si te portases bien me bañaría contigo.

-Pero si me porto bien.

Renato abrió un ojo y se encontró con la sonrisa grande de su novio.

-Cuando me baño con vos sólo terminamos de dos formas.- Apuntó levantando dos dedos de la mano.- O me enojo porque no dejas de hacerme aguadillas o me enojo porque no podés quitarme las manos de encima...

-No vi que ayer te quejaras cuando me metí con vos en el jacuzzi del hotel.

Las mejillas de Renato se volvieron rojas por algo que no tenía nada que ver con el calor de aquella tarde de diciembre. Sólo recordar lo que habían hecho en aquel jacuzzi ya bastaba para que su entrepierna latiera de excitación.

-Ese fue un caso puntual que no vamos a volver a repetir.

-¿No?

-No.

Gabriel dio vuelta y se tumbó boca arriba, con los brazos tras su cabeza marcando sus músculos y esa sonrisa socarrona que hacía que se viera tremendamente sexy. Sexy y mojado.

-Bueno, todavía tengo cinco días para convencerte antes de que volvamos a casa.

No pudo evitar soltar una risa al escuchar a su novio y cerró los ojos acercándose todo lo posible a él, disfrutando de la calma que le generaba la brisa y el sonido del mar. Y sobre todo tener a Gabriel a su lado.

Gabriel. Ese que ya no se escondía. Ese que lo amaba sin importarle nada ni nadie. Ese que paseaba de la mano con él mientras miraban los puestos de artesanía y lo besaba delante de todo el mundo cuando Renato le traía el café a la mesa del desayuno. Ese. Su novio. Gabriel.

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