30.- Destino

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Muchos creen que el destino es una cadena de sucesos, uno detrás de otro, que empujan a una persona a seguir un camino determinado.

Pero no.

El destino son detalles. La vida de las personas la marcan esos pequeños acontecimientos que parecen carecer de importancia. Esos gestos y momentos insignificantes que pasamos por alto.

Y si echamos la vista atrás, si tuviéramos una vista global y panorámica de todo lo que fue nuestra vida, veríamos todos y cada uno de esos detalles y cómo estos nos llevaron a donde estamos, a nuestro destino.

Nuestro destino lo marcan los detalles de nuestra vida.

...

Pero Gabriel es muy pequeño todavía y no entiende el significado de "destino". Para él la palabra "detalle" es tan aburrida como la conversación que está teniendo su mamá en ese momento con otra mujer. Suspira cansado porque lleva quieto más de diez minutos allí junto a ellas, escuchándolas hablar de maridos, hijos y demás vecinas que la verdad le importan muy poco.

Él tiene ocho años y lo único que quiere es volver a jugar.

Gruñe frustrado haciéndose notar ante su madre, pero esta le hace un gesto con la mano para que deje hablar tranquilos a los mayores. Y él frunce el ceño y junta sus cejitas porque quisiera estar con Leandro jugando al futbol y no puede. Su hermano es mayor y ya le dejan salir a jugar solo con los amigos, pero él no, él todavía tiene que esperar a su madre para cruzar la calle.

Una risita llama su atención y gira la cabeza buscando con sus ojitos verdes la fuente de ese sonido.

Y allí sentado en el pasto del parque, no muy lejos de él, hay un niño chiquito no mayor de dos años con los ojos más grandes y marrones que ha visto nunca. Tiene los cachetes regordetes y el pelito rubio tan largo que empiezan a formarse ligeros rulos en él, pero no tantos como los que Gabriel tiene en su cabeza.

Se ríe frunciendo la nariz cuando lo ve agarrar un diente de león y jugar con él entre las manos. El niño estornuda y cuando vuelve a abrir los ojos la parte blanca de la flor ha volado y sólo queda el tallo verde al que se aferra como si fuese su mayor tesoro. Motitas blancas se han pegado a su nariz y a sus manos regordetas y él intenta quitárselas sin entender cómo esa flor ha desaparecido ante sus ojos en dos segundos.

Gabriel mira a su madre, que sigue enfrascada en esa aburrida conversación, y se aleja de allí buscando lo más entretenido que ha visto en todo el día. En pocos pasos llega hasta ese niño chiquito que lo mira desde el suelo bajo unas largas y tupidas pestañas, curioso.

Se agacha junto a él y arranca otro diente de león del pasto, lo sostiene frente a la mirada profunda y marrón del nene y cuando tiene toda su atención sopla despacito a la flor haciendo volar motitas blancas por todos los lados.

El niño se ríe y Gabriel siente que es el sonido más bonito que ha escuchado nunca. Y ni si quiera entiende por qué piensa eso. Mira cómo ese nene rubito y cachetón se levanta torpemente y se acerca a él. Y no sabe por qué está petrificado y siente ese calorcito tan especial en el pecho.

El niño levanta tu manita y enreda ese tallo desnudo en uno de los rizos de Gabriel, haciendo que un escalofrío recorra la nuca del mayor ante las cosquillas que siente en su cabeza. Y de pronto siente la necesidad de proteger a ese nene de cualquier mal y de cualquier cosa que pueda lastimarlo.

-¡Renato!- Una mujer se acerca a ellos y agarra al niño de la mano.- No molestes al chico.

Y se van los dos de allí, dejándole agachado en medio de aquel pasto, rodeado de dientes de león.

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