7.- Sólo vos y yo

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Renato aún podía notar la mano fuerte de Gabriel aferrándose a su boca para no dejarle gritar, su respiración caliente chocando contra ella y la sábana arrugada bajo sus puños. Aún sentía su interior caliente y palpitante como si Gabriel siguiera dentro suyo y el hombro dolorido donde le había dado un mordisco cuando los dos juntos llegaron al éxtasis.

Después todo se puso borroso. Los párpados se le cerraban solos por el cansancio y el peso muerto de Gabriel encima de él casi no le dejaba llevar aire hasta sus pulmones. Pero se acabaron quedando dormidos así, en esa incómoda y a la vez íntima posición, con el miembro de Gabriel todavía dentro de él y sus respiraciones agitadas. Después todo fue silencio y oscuridad.

Un sonido agudo lo despertó de golpe y dio un respingo en la cama. Era la alarma del teléfono de Gabriel. Buscó el pantalón en el piso, donde lo había tirado la noche anterior, y sacó el celular del bolsillo, apagándolo rápido para no despertar ni a su acompañante ni al resto de la casa. Miró a Gabriel tirado en su cama, con los ojos cerrados y la boca medio abierta sobre la almohada, dejando salir aire despacito mientras su nariz hacía unos ruiditos demasiado graciosos como para tomarse en serio a la persona que los producía.

La sábana no le tapaba demasiado y podía ver su cuerpo medio desnudo iluminado por el sol de principios de agosto. Esa imagen no ayudaba nada a relajar su involuntaria erección matutina. Se puso un bóxer limpio que sacó de un cajón y recogió un poco el desastre que había por el suelo de su habitación intentando no despertarlo. Era la primera vez que pasaba la noche con alguien en su cama, aunque sólo hubiesen sido unas pocas horas. Estaba cruzando un límite que nunca antes se había permitido cruzar por nadie.

Escuchó ruido fuera de la habitación y salió intentando hacer el menor ruido posible. Sus hermanos desayunaban en la cocina mientras terminaban de preparar sus cosas para empezar el día. En cuanto lo vieron entrar en la cocina se miraron cómplices entre los dos. Odiaba ser el objeto de charla de sus hermanos cuando no estaba.

-Buen día.- Saludó mientras se servía una taza de café bien cargado.

-Buen día...- Valentino le miró de arriba abajo mientras dejaba su teléfono a un lado.- ¿Dormiste bien?

-Muy bien... ¿Quedan medialunas?

-¿Hambriento?- Preguntó su hermano con una sonrisa pícara mientras le pasaba el plato.

-Mmmm.- Contestó con una medialuna en la boca.

-Hacía mucho que no te levantabas tan temprano.- Apuntó Valentino.

Se sentó en la mesa bajo la atenta mirada de sus hermanos, que parecían expectantes por algo. Pero Renato se limitó a encogerse de hombros y seguir comiendo.

-¿No vas a decir nada?- Preguntó Bruna tras un silencio largo e incómodo.

-¿Me pasás más café?

Valentino volvió a llenarle la taza mientras sonreía, pero Bruna parecía exasperada.

-¡Dale, Tato!

-¿Qué?- Preguntó sin comprender.

-¿Con quién pasaste la noche?

Renato sintió que se atragantaba y tosió un par de veces mientras Valentino le daba ligeras palmaditas en la espalda.

-Con nadie... dormí solo.

-Sí, claro...- Bruna rodó los ojos, incrédula.- Y los ruidos que escuchamos los hiciste vos solo mientras te tocabas, ¿no?

-¡Bruna!- Le retó Valentino, pero estaba riendo como ella.

-En serio, ¿quién es?- Insistió.- Nunca trajiste a nadie casa...

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