EPÍLOGO

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Las calles están llenas de luz y gente por todas partes. Los carteles luminosos que anuncian los próximos estrenos de los musicales más famosos del mundo los ciegan cuando pasan al lado y el olor a café y panchos de los puestos callejeros llega hasta ellos haciendo que les rujan las tripas. Miren donde miren hay ruido, personas, prisas, vida... Y la sonrisa no se les quita de las caras a ninguno de los dos. Están en Nueva York.

Y ya no sólo es su Nueva York, ese imaginario en el que simulan estar lejos de todo y de todos. Están en el real, en la famosa "ciudad que nunca duerme", en uno de los lugares más famosos del mundo. Y están juntos.

La rutina puede ser aburrida y la mayoría de las personas se queja de lo que tiene buscando siempre ese "algo más" que logre darles mayor felicidad. Más plata, mejor trabajo, un nuevo amor, poder viajar... Puedes encontrar fácil en la mente de todo el mundo lo que desean para lograr alcanzar la felicidad.

Pero cuando Renato abrocha el último botón de su campera buscando algo más de calor y siente instantáneamente el brazo de su novio rodeando su cintura para abrazarlo, sabe que no podría ser más feliz aunque quisiera.

Gabriel le sonríe a su lado mientras caminan por las abarrotadas calles de Nueva York y no importa absolutamente nada más.

Y mientras suben al mirador alto que hay en la cima del Empire State no puede dejar de abrazarse a él en medio del ascensor aunque haya mucha gente y casi no puedan respirar. Necesita abrazarlo y compartir cada segundo del viaje con él. Y es demoledoramente acogedor saber que a Gabriel hace mucho que ya no le importa nada y lo envuelve en sus brazos mientras esperan subir al último piso de aquel emblemático edificio.

Las puertas se abren y caminan por el mirador viendo las luces de la ciudad y el amplio abanico de rascacielos y edificios que se abre ante sus ojos bajo la noche de Nueva York. Renato sonríe al ver cómo Gabriel saca el teléfono de su bolsillo, ese aparato de última generación que él mismo le regaló unos meses atrás cuando su novio cumplió treinta y dos años y que ahora cuida como si fuese el objeto más valioso del mundo.

Lo ve sacar fotos a la inmensa ciudad que se pierde en el horizonte, intentando que la noche y las luces salgan bien en la pantalla para subirla a sus redes. Está hermoso. Con sus rulos despeinados por el aire, su cara de concentración y esa barba ligeramente incipiente que quiere recorrer entera con la yema de los dedos.

-¿Son para el blog?- Pregunta acercándose a él y mirando la pantalla del celular.

-Sí, pero no logro que se vea bien la vista.

-¿Cuándo te convertirse en todo un influencer?

-Callate.

Gabriel le da un beso sonoro en el cachete y vuelve a su tarea de buscar la mejor imagen posible. Y Renato es feliz porque lo ve feliz. Han pasado casi cinco años desde que lo conoció y sigue siendo su yuta bostero.

Sigue yendo cada día a comisaría y haciendo esos interminables papeleos, saliendo a patrullar por las calles y jugando al "poli malo" cuando están a solas en casa. Pero un día se cansó de comentar en alto y a solas cada partido de Boca y putear a los entrenadores cuando creía que no hacían bien su trabajo. Y lo que comenzó siendo un blog chiquito en internet donde comentar las jugadas de su equipo favorito se convirtió en una página web con muchísimos seguidores hablando de futbol y un canal de youtube donde por primera vez un policía abiertamente gay hablaba de deportes con total libertad y fanatismo. Era extraño pensar que eran ligeramente famosos entre esos nuevos famosos de internet.

-Mirá.- Gabriel se acercó a él sonriendo, enseñándole la fotografía que había logrado capturar.- Salió perfecta.

-Se supone que este viaje es de placer y no de trabajo.- Bromeó.

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