·Siga jugando·

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Estira el brazo bajo la almohada mientras se despereza y su boca pide abrirse fuerte en un bostezo mañanero que indica que seguiría en la cama gustoso un rato más. Los deditos de su mano se mueven despacio al sentir ese hormigueo característico. Se le ha dormido el brazo al dejarlo demasiado tiempo en la misma postura, algo que le pasa siempre que duerme con Renato. Lo que es cada día, si depende de él. El pendejo es un caprichoso que ama dormir en cucharita y sentir su abrazo y si para eso tiene que dejar que las extremidades de su cuerpo sufran ese dolor adormilado, lo hace encantado. 

Gabriel levanta la cabeza con los rulos desordenados y frunce el ceño buscando a tientas en penumbra de la habitación del hotel. Está solo.

Busca sus jeans y su remera azul, esa que Renato le quitó en menos de un segundo la noche anterior en cuanto llegaron a la cama y dejó tirada en el piso. Se restriega las manos por la cara y sale a la pequeña terraza con vistas al mar. Comienza a salir el sol y ese color azul grisáceo del amanecer en la playa invade todo. Le duele en los ojos la claridad. Vuelve a entrar dentro y observa encima de la mesa una nota que antes no había visto.

"Salí a dejar bonita la ciudad y no quería despertarte, estabas hermoso. No tardaré. Te amo.

Tu pendejo".

Rueda los ojos con la primera frase de la nota. "Dejar bonita la ciudad" es esa expresión que su novio usa cuando lo que realmente quiere decir es que ha salido a llenar las calles de sus pintadas y grafitis. Pero no puede enfadarse. Ya no. Después de todo, ellos empezaron así. Con un grafiti.

Cuando sale del hotel casi es de día pero las calles todavía están vacías. Y espera realmente que Renato haya dejado de cometer vandalismo antes de que cualquier persona le agarre. No era la primera vez que lo multaban por ello y que sus propios compañeros tuvieran que redactar el parte de denuncia era incómodo, por mucho que todos adoraran a Renato. Aunque... ¿quién no lo hacía?

Empieza a sentir el olor a mar y el sabor a sal en el ambiente y sube hasta arriba la cremallera de su buzo porque todavía no calienta el sol y le da frío la brisa marina. No hace falta que le haya dicho nada, sabe perfectamente dónde encontrar a esa persona que hace tiempo se convirtió en su favorita en el mundo entero. Después de su ahijada, claro, pero eso era algo que Renato aceptaba con gusto.

-¿Querés que te arresten en todas las ciudades a las que vamos?

Ve cómo Renato alza la cabeza de su celular y en cuanto sus miradas se cruzan los dos sonríen, como si fuera la primera vez, como si no llevaran año y medio saliendo juntos.

-¿Por qué lo decís?

Gabriel se acerca a él y se sienta a su lado en lo alto de un edificio bajo que una vez fue algo y ahora sólo sirve para que adolescentes y su novio pasen el rato. Lleva esos pantalones anchos de mil colores que compró el primer día de vacaciones en un puesto junto a la playa y la capucha del buzo puesta. Seguro tiene hasta las orejas heladas por llevar ahí demasiado tiempo. 

-Porque ciudad a la que vamos, ciudad en la que tenés que pintar algo.

Renato deja escapar una carcajada bajita que se junta con el humo del cigarro que sale de su boca.

-No puedo olvidar mis orígenes... Puede que esté estudiando en una academia de arte, pero siempre seré el pendejo graditero del que te enamoraste.- Sonríe al escucharle porque sabe que es verdad y le encanta.- ¿Cómo me encontraste?- Pregunta antes de darle otra calada a su cigarro.

-Hace dos días paseábamos por acá y dijiste que esa fachada blanca estaba pidiendo a gritos algo de color. Sólo había que atar cabos.

-¿Me comí al único yuta con luces de Buenos Aires?- Bromea intentando hacerle enojar.

-Un poquito de respeto, che.- Gabriel le da un pequeño golpecito juntando sus hombros.- Además, fui yo quien te comió.

Renato apoya la cabeza en su hombro y siente cómo suspira con nostalgia a su lado.

-¿Podés creer cómo cambió todo desde aquel primer grafiti?

-Un poco... Mucho...- Contesta.- Y seguís haciendo la misma firma.

Escucha la risa de Renato, la risa de ese pendejo que es lo que más vida le da en el mundo. 

-Si algo funciona, ¿por qué cambiarlo? 

-Supongo que tenés razón... 

Renato levanta la cabeza y lo mira muy cerquita. Tiene hasta la cara manchada de pintura y no quiere ni mirar cómo debe tener de manchadas las manos de agarrar el aerosol. Pero sus ojos grandes y marrones siguen teniendo esa mirada llena de vida, provocación y amor. Gabriel acaricia los pelitos revueltos que se dejan ver por su capucha y le encanta que ese simple gesto haga que su novio cierre los ojitos y marque sus hoyuelos.

-¿Supones? No me querrás cambiar a mí por un chabón de esos que ayer te miraba en la playa, ¿verdad?

-Callate y dejá de decir boludeces.- Se ríe junto a Renato.- A vos no te cambio por nada.

-Más le vale, señor agente, sino tendré que denunciarlo.

Renato apaga el cigarro en el cemento en el que están sentado y se acerca más a él. Y es increíble que esa boca siga teniendo ese efecto arrollador sobre él. 

-¿Con qué cargos?

-Romperme el corazón.

No puede evitar reír fuerte ante las palabras de Renato, que a su lado intenta parecer lo más serio posible.

-Callate, pendejo...- Renato acerca su carita y le da un beso largo y a la vez demasiado delicado en los labios.- O callame...

-Te callo.- Repite antes de volver a besarlo, esta vez con más fuerza, abriendo su boca, dejando que ambos saboreen ese gusto salado que deja el mar en el aire.

Y Gabriel sabe desde hace mucho que le encanta que lo calle así...

-¿No me cambiás, entonces?- Pregunta con esa mirada de nene chiquito que le puede.

-Siempre, siempre, querré volver a jugar con vos.

Renato sonríe al escuchar esas mismas palabras que una vez él mismo le dijo junto a aquel grafiti que una vez los unió. Detalles. Destino. Tiempo. No sabía lo que era, pero algo les unía más allá de todo. 

-Siga jugando, entonces... Siga jugando.

La nariz de Renato choca con la suya, anticipando otro beso que sabe que le va a gustar tanto o más que el anterior. 

-Siempre.

Los dos sonríen en medio de un beso y minutos después, cuando Renato agrega ese "Siga jugando" a su grafiti, Gabriel siente que su historia es parte de su obra, que todo está entrelazado, que algo que no sabe explicar bien qué es une todo lo que les rodea y todo lo que han vivido. 

Y cuando Renato le da la mano llena de pintura, los dedos manchados y helados por el frío, no duda en agarrarla. Siempre iba a querer jugar con él, una y otra vez, juntos, de nuevo, diferente, igual. Los dos caminan por el paseo junto a la playa en ese 2020 que empieza siempre volviendo a jugar.

-No te cambio por nada, pero...- Gabriel lo aprieta a su lado, mirándole de reojo.- ¿Estamos seguros de no cambiar ese bigote? 


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